Salvavidas de plomo: las deudas que sostienen la heladera

Con salarios licuados, tarifas impagables y precios que no ceden, casi la mitad de los argentinos usa crédito para comprar alimentos. El endeudamiento dejó de ser una decisión de consumo y se volvió una política social de hecho: la deuda cotidiana como salario encubierto.

Actualidad29/10/2025
NOTA

Endeudamiento y crisis

 

En cada supermercado, el sonido del posnet touchless  se volvió el pulso de la economía real. Familias que calculan el cierre de la tarjeta como antes calculaban el sueldo, changas que se pagan con QR y jubilados que hacen rendir el plástico hasta el límite. El crédito se convirtió en el único puente entre el hambre y la estadística.

 

Según un relevamiento de la Universidad de Buenos Aires, casi cinco de cada diez argentinos recurren al crédito para pagar alimentos y productos de higiene, un fenómeno que desnuda la precariedad del ingreso en la era Milei. 

 

Desde diciembre de 2023, las ventas mayoristas cayeron 35 % en pesos y 21 % en volumen; en supermercados, la retracción fue del 27 % y 9 % respectivamente. La economía se estabiliza en los gráficos, pero se desangra en las góndolas.

 

La desaceleración inflacionaria no fue alivio: los precios dejaron de subir a ritmo de vértigo, pero los salarios ya perdieron la carrera. En agosto, los convenios privados seguían por debajo de los niveles de 2023 y la informalidad volvió a rozar el 40 %.

 

El crédito que reemplaza al ingreso

 

El uso de tarjeta en supermercados pasó del 39 % al 46 % del total de compras. El débito cayó al 26 %, el efectivo al 16 % y las billeteras virtuales subieron a 13 %. La modernización de los medios de pago no es innovación tecnológica: es una respuesta desesperada para estirar el mes.

 

“Pago la luz y la comida con la tarjeta; después veo cómo cubro el resumen”, cuenta Alicia, de Campana. En promedio, la deuda individual alcanza los 3,7 millones de pesos; la mitad de los deudores debe entre 750 mil y un millón. Son cifras que reflejan el colapso del salario como herramienta de bienestar.

 

La morosidad creció 147 % en menos de dos años: de 2,5 % a 6,2 % del total del crédito al consumo. Las tasas superan el 100 % anual. El mileísmo se vanagloria del “déficit cero”, pero trasladó el desbalance fiscal al presupuesto de los hogares. 

 

El Estado ajusta, las familias se endeudan.

Las tarifas de servicios públicos aumentaron 526 % desde diciembre; la inflación, 164 %. Hoy el 11 % del sueldo promedio se destina solo a pagar luz, gas y transporte. “El ajuste es exitoso”, dicen los funcionarios; nadie aclara que lo financian los consumidores endeudados.

 

La deuda también cambió los vínculos

 

El crédito no solo transformó el consumo: modificó los hábitos y las relaciones. En los barrios populares, las familias planifican las compras según los cierres de tarjeta o los días de descuento. Las parejas discuten más por los resúmenes bancarios que por política. 

 

El endeudamiento dejó de ser un tabú

 

En los grupos de WhatsApp abundan los consejos sobre refinanciación, préstamos entre conocidos y apps para comparar tasas. Los comerciantes ya ofrecen promociones “con tarjeta o transferencia diferida” porque saben que la gente no puede pagar al contado. El crédito se volvió una conversación cotidiana, una forma de socializar la crisis.Antes se presumía el ahorro; hoy se presume el cupo disponible.

 

Incluso en las clases medias, la frontera entre formalidad e informalidad se volvió difusa. Profesionales y empleados administrativos pagan impuestos con tarjeta y refinancian cuotas médicas. El límite moral del “gastar lo que no se tiene” se corrió: ahora es sobrevivir lo que no se puede pagar.

 

Trabajar y seguir siendo pobre

 

La Fundación Mediterránea estima que uno de cada cinco trabajadores es pobre: 4,5 millones de personas con empleo que no superan la línea de pobreza. Entre los asalariados informales, la cifra trepa al 37 %. La productividad se estanca, la jornada laboral se extiende y la calidad del empleo se deteriora.

 

El problema ya no es el desempleo, sino el empleo de baja rentabilidad social. Argentina genera trabajo, pero no valor. La mitad de los nuevos ocupados son monotributistas precarios o cuentapropistas de subsistencia. 

 

“El argentino promedio trabaja más para tener menos”, sintetiza un analista del Centro RA.

 

Las jubilaciones repiten la ecuación: la mínima cayó 0,6 % real en agosto y el bono complementario perdió eficacia por inflación. Los mayores se defienden con ahorros que se agotan y cobertura médica que retrocede. 

 

“No me endeudo, pero me estoy comiendo los ahorros”, confiesa Lucrecia, jubilada de Los Cardales. En su caso, la estabilidad de precios es un espejismo: el gasto en medicamentos subió 50 dólares mensuales desde que perdieron gratuidad.

 

El nuevo mapa del consumo

 

Las cifras son elocuentes: crédito 45 %, débito 26 %, efectivo 16 %, billeteras virtuales 13 %. Detrás de esos porcentajes hay un cambio estructural. El consumo ya no es una decisión libre; es una ecuación de supervivencia.

 

Los supermercados diseñan estrategias para retener clientes exhaustos: descuentos selectivos, cuotas sin interés y programas de puntos que funcionan como placebos de bienestar. Cada oferta promete algo de alivio emocional, más que económico.

 

El relato oficial habla de “disciplina fiscal y confianza del mercado”. En la calle, el único mercado que crece es el de la deuda. La macro se ordena porque las familias desordenan sus cuentas. El ajuste se privatizó.

 

El costo invisible del equilibrio

 

La economía argentina logró un tipo peculiar de estabilidad: una calma sostenida sobre el endeudamiento privado. No hay emisión, pero sí expansión de crédito a tasas impagables. La deuda ya no se mide en dólares ni en bonos: se mide en changas, cuotas y noches de insomnio.

 

El Gobierno se vanagloria del control del gasto público, pero ignora el déficit emocional de una sociedad que vive en posdatado. El crédito sostiene el relato, no el bienestar. En la Argentina de Milei, la heladera se llena con deuda y se vacía con intereses. Y cuando el Estado deja de financiar al pueblo, el pueblo termina financiando al Estado con su desesperación.

 

 

La deuda es un grillete para las familias. 

 

 

Once millones de argentinos están endeudados; la deuda promedio por persona supera los 3,7 millones de pesos. La morosidad creció 147 % en menos de dos años.

 

El 45 % de las compras en supermercados se paga con tarjeta de crédito. El salario ya no es la fuente del consumo: es la deuda.

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