Tragedia en Florencio Varela: un juego con armas terminó en muerte

El autor del disparo fue entregado por su propia madre.

El sábado por la noche, en el barrio Santa Rosa de Florencio Varela, una escena cotidiana entre amigos se transformó en una tragedia. Dos chicos de 15 años estaban reunidos en una casa ubicada en la intersección de las calles 645 y Luxemburgo, cuando uno de ellos comenzó a manipular un arma de fuego que pertenecía a un familiar. En cuestión de segundos, un disparo accidental le quitó la vida a Alan Gabriel Fernández.

La bala impactó directamente en su cabeza. Alan cayó al suelo y, aunque la ambulancia llegó rápidamente, los médicos solo pudieron constatar que ya no tenía signos vitales. El otro adolescente, en estado de shock, arrojó el arma y salió corriendo. No llegó lejos: su propia madre lo detuvo y decidió llevarlo ella misma a la comisaría para contar lo ocurrido.

"Fue un error, lo hizo sin querer", declaró la mujer a los efectivos de la Comisaría Primera de Florencio Varela, donde su hijo quedó demorado, a disposición de la justicia penal juvenil. El caso está siendo investigado para establecer cómo accedieron al arma y si había adultos responsables en el lugar.

Aunque la principal hipótesis es la del accidente, la Justicia deberá analizar las circunstancias y el origen del arma que, según fuentes policiales, sería de un familiar del chico que disparó.

Lo que sucedió en Varela vuelve a poner en primer plano la problemática del acceso a armas de fuego dentro de los hogares. La tragedia no fue causada por una disputa ni por un hecho de inseguridad: fue el resultado de una imprudencia fatal, de esas que marcan para siempre a las familias y a toda una comunidad.

En el barrio todavía no hay consuelo. Dos vidas quedaron rotas: una terminó y la otra quedó suspendida en el peor de los silencios. Una madre, con la fuerza de lo irreparable, hizo lo que creyó justo: no esconder, no negar, no permitir que se repita. Actuó con dolor, pero también con valentía. Esa decisión, en medio del caos, fue quizás el único gesto de reparación posible ante una tragedia que ya no tiene vuelta atrás.