Brenda, Morena y Lara: el engaño narco que terminó con sus vidas

Las tres chicas desaparecidas en La Matanza, fueron halladas cinco días después en Florencio Varela.

Policiales25/09/2025
NOTA

Subieron por su voluntad a una camioneta blanca. Lo que vino después es un espejo del horror cotidiano en los barrios donde la droga, la pobreza y la justicia ausente se cruzan con nombres propios.

 

Sus cuerpos fueron hallados en una casa de Florencio Varela

 

El viernes 19 de septiembre, pasadas las nueve de la noche, Brenda, Morena y Lara se subieron a una camioneta blanca en la rotonda de La Tablada. 

 

No hubo forcejeo, no hubo gritos. Las cámaras lo muestran con crudeza: tres chicas jóvenes, confiadas, entrando a un vehículo que las llevaría a la muerte. Cinco días después, sus cuerpos aparecieron enterrados en el jardín de una casa en Florencio Varela, descuartizados, cubiertos de lavandina, en una vivienda que olía a desesperación y encubrimiento.

 

 

Lo que comenzó como una búsqueda angustiada en Ciudad Evita terminó en una escena que nadie en el barrio podrá olvidar. Los vecinos hablan de un hedor a cloro que no se iba, de billetes manchados de sangre, de una mochila ensangrentada y de una pareja que, en plena madrugada, intentaba comprar alcohol como si nada hubiera pasado. Pero algo sí había pasado: tres vidas se habían apagado en nombre de una venganza que huele a cocaína y poder territorial.

 

La cita que nunca fue

 

Brenda Loreley Del Castillo y Morena Verri tenían 20 años. Lara Morena Gutiérrez, apenas 15. 

 

Las tres vivían en el Complejo 17 de Camino de Cintura, en Ciudad Evita, en una época donde las oportunidades se miden en monedas y los sueños suelen tener fecha de vencimiento. Esa noche, habían acordado encontrarse con un hombre. Según fuentes judiciales y testimonios familiares, les ofrecieron 300 dólares cada una por un encuentro. No era la primera vez que salían a trabajar; sus familias lo sabían, lo decían sin eufemismos: eran trabajadoras sexuales.

 

Pero esta vez no fue como las otras. Alguien las citó con una promesa falsa. La camioneta —una Chevrolet Tracker con patente adulterada— las recogió frente a una estación de YPF. Desde ahí, desaparecieron del mapa. Hasta que una antena celular, en Florencio Varela, captó la última señal de uno de sus teléfonos.

 

Fue esa huella digital la que guió a la policía hasta una casa en las calles Jáchal y Chañar de Villa Vatteone, en Varela. Allí, encontraron a una pareja limpiando con lavandina lo que ya no se podía borrar: manchas de sangre en paredes, pisos, objetos. Horas después, los cuerpos emergieron de la tierra. Enterrados, pero no olvidados.

 

Entre la pista y el estigma

 

El caso está a cargo del fiscal Gastón Dupláa, de la UFI Nº 2 de Laferrere. Cuatro personas están detenidas: dos en la casa del crimen, otras dos en un hotel cercano. Una de las detenidas —dueña de la vivienda— habría confesado que el asesinato fue una venganza ordenada por un narco peruano prófugo, líder de una banda que opera en la Villa 1-11-14 del Bajo Flores.

 

Ese barrio, como tantos otros, está dividido por el mapa del narcotráfico: los paraguayos controlan la marihuana; los peruanos, la cocaína. Las tres chicas, según relatan sus familias, se movían en ese territorio. No como víctimas pasivas, sino como mujeres que buscaban sobrevivir en un sistema que les ofrece pocas salidas.

 

Y ahí está el punto que nadie quiere nombrar: no fueron asesinadas a pesar de ser trabajadoras sexuales, sino porque lo eran. Porque en los códigos del narco, su vida tenía menos valor que un gramo de droga. Las jóvenes pobres y marginadas son carne de cañón para las guerras que otros libran con impunidad.

 

La investigación avanza, pero mientras los fiscales cruzan datos y los policías siguen rastros, en Ciudad Evita y en Villa Vatteone las madres siguen sin dormir. Sabrina, madre de una de las víctimas, repite una y otra vez: “Ellas trabajaban, sí, pero también soñaban”.

Este no es solo un caso de triple homicidio. Es un espejo. Refleja cómo el Estado abandona a los barrios, cómo la justicia llega tarde —si es que llega—, y cómo el narcotráfico se alimenta de la desesperación. Pero también muestra otra cosa: la resistencia. Porque fueron las familias las que denunciaron, los vecinos los que alertaron, las antenas las que no mintieron.

Al final, Brenda, Morena y Lara no son solo nombres en un parte policial. Son tres jóvenes que subieron a una camioneta creyendo en una posibilidad. Y en ese gesto cotidiano —tan humano, tan vulnerable— se encierra toda la tragedia de un sistema que las dejó solas, antes, durante y después.

 

 

RECUADRO 

 

La Casa del Horror 

La casa de Florencio Varela, en Jáchal y Chañar, quedará marcada como la “casa del horror”. Allí, enterrados en el jardín y cubiertos con litros de lavandina, aparecieron los cuerpos de Brenda, Morena y Lara. La Policía Científica trabajó horas para reconstruir lo ocurrido, aunque todo indica que el crimen no se cometió allí, sino que el lugar fue usado para ocultar los cuerpos.

Detrás del asesinato está la llamada “Mafia de los Peruanos”, una banda que controla el tráfico de cocaína en siete hectáreas de la Villa 1-11-14, en el Bajo Flores —mientras los paraguayos manejan la marihuana en otras zonas. Cuatro personas están detenidas: una pareja sorprendida limpiando la escena y otra pareja localizada en un hotel cercano; esta última incluye a la dueña de la vivienda y a un hombre vinculado al narco.

Una de las detenidas confesó que el triple crimen fue una venganza ordenada por un líder narco peruano prófugo. El ministro de Seguridad bonaerense, Javier Alonso, afirmó que las chicas “cayeron en una trampa” y destacó que “la droga recorre 2000 kilómetros para entrar en la provincia”, operada por una organización trasnacional con puntos de venta en el conurbano sur. 

 


“Me mandé una cagada”, dijo una de las detenidas al ser acorralada. Como si matar a tres chicas fuera un error de logística, no un crimen contra la humanidad.

 

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