El dólar no flota más y Milei quemára reservas para frenarlo

El Gobierno admitió que el Tesoro venderá reservas para contener el tipo de cambio. La jugada contradice su propio discurso, tensiona el acuerdo con el FMI y expone la fragilidad de un plan que ya opera en “modo fin de ciclo”. De Libertario a “estatista empobrecedor”.

Política03/09/2025
NOTA

Una de las últimas narrativas que le quedaban

 

El gobierno de Javier Milei dio un paso que marca un antes y un después en su discurso económico. Durante meses se sostuvo que el dólar “flotaba libremente” y que esa era la esencia del nuevo paradigma. 

 

Sin embargo, la presión del mercado, el drenaje de reservas y la cercanía de las elecciones obligaron a blanquear lo que ya ocurría en silencio: el Tesoro venderá dólares para contener la suba. La admisión oficial, hecha por Pablo Quirno, rompe con una de las últimas narrativas que le quedaban en pie al oficialismo.

 

La ironía no pasó desapercibida. Hace apenas un mes, Caputo y su equipo se divertían en un streaming gritando que “el dólar flota”. Hoy, ese sketch envejeció peor que cualquier meme. La realidad económica se impuso: los dólares se escapan, la demanda de divisas no afloja y la flotación se transformó en un control de manual, el mismo que se criticaba como símbolo de estatismo.

 

El blanqueo de la intervención expone también el límite político. El gobierno no pudo sostener la narrativa de pureza libertaria frente a la urgencia de los hechos. La semana pasada ya se habían vendido en secreto 350 millones de dólares para frenar la corrida, pero la falta de explicación obligó a sincerar la estrategia. En la City lo leyeron como un signo de debilidad y en el FMI como un incumplimiento del acuerdo. Caputo había prometido intervenir solo en el techo de la banda, hoy en torno a los 1460 pesos. Al hacerlo antes, se reconoce que el plan ya naufragó.

 

El problema de fondo es que el gobierno se enamoró del dólar barato como ancla política y electoral. Con ese dólar planchado buscó mostrar inflación a la baja y cierta estabilidad en góndolas y tarifas. Pero lo hizo al costo de no aprovechar la cosecha para recomponer reservas. Hoy, tras una sangría de más de 14 mil millones en lo que va del año, los dólares líquidos apenas alcanzan para cubrir compromisos inmediatos. No hay margen para sostener el esquema mucho tiempo más.

 

Un plan en estado de agotamiento

 

El esquema Caputo se sostiene sobre una premisa: resistir hasta las elecciones. Pero la resistencia tiene un costo cada vez más alto. Se quemaron contratos de futuros, se liquidaron bonos, se elevaron tasas y encajes a niveles imposibles y aun así el dólar siguió mostrando tensión. Lo que queda ahora es vender dólares del Tesoro, un recurso limitado y, sobre todo, cargado de consecuencias políticas y sociales.

 

La fuga de capitales es un síntoma evidente de que el mercado no cree en la sostenibilidad. En julio, más de 1,3 millones de personas compraron dólares por 3.400 millones, mientras solo medio millón vendió. El déficit turístico se disparó a 963 millones en un mes, récord en lo que va del año. La metáfora que circula en la City es cruel pero precisa: “El FMI entra por Ezeiza y los dólares se fugan por Aeroparque”.

 

La inversión extranjera también retrocedió al nivel más bajo desde 2017, lo que revela que ni siquiera con un gobierno que promete apertura hay confianza en el futuro económico. Sin crédito, sin dólares de la cosecha y sin flujos de inversión, la estrategia de Milei y Caputo se reduce a estirar la mecha hasta octubre. Es, en esencia, un “Plan Aguante”.

 

El deterioro se refleja en los mercados: riesgo país en 850 puntos, acciones argentinas cayendo en Wall Street y bonos desplomados. Nadie apuesta al largo plazo. La atención está puesta en las elecciones bonaerenses, consideradas un termómetro clave. Si el oficialismo pierde por más de cinco puntos, el cimbronazo podría recordar al de 2019, cuando las PASO presidenciales pulverizaron la confianza en cuestión de horas.

 

La contradicción ideológica es evidente. Milei, el hombre que construyó su ascenso sobre la promesa de liberar el mercado, terminó abrazando la receta del estatismo desesperado: intervenir, vender reservas y manipular precios. La épica libertaria se disuelve en una práctica que no difiere demasiado de los gobiernos que tanto criticó.

 

Entre la campaña y el riesgo sistémico

 

El objetivo inmediato es llegar con aire a las elecciones. Para eso se quema todo lo disponible. El gobierno sabe que una devaluación brusca antes de octubre puede desatar un espiral inflacionario incontrolable y, en consecuencia, una derrota electoral irreversible. La apuesta, entonces, es contener el dólar a cualquier precio y mostrar índices de inflación relativamente bajos, aunque sean el resultado de un ancla artificial.

 

El dato de inflación de agosto, proyectado en torno al 2%, será exhibido como éxito en campaña. Pero detrás de ese número se esconde una economía en recesión, con consumo deprimido y salarios en retroceso. La actividad industrial y comercial está en su piso y la pérdida de empleo empieza a sentirse en las grandes urbes y también en los conurbanos. La política del dólar barato sostiene estadísticas pero erosiona la base social.

 

El riesgo mayor está en el frente externo. En enero vencen compromisos por más de 4 mil millones de dólares y las reservas líquidas apenas alcanzan 1.700 millones. La ecuación no cierra y el mercado lo sabe. De ahí la huida hacia el dólar y la falta de inversiones. Lo que se compra hoy es tiempo, nada más.

El oficialismo se aferra al travesaño, como un equipo que decide aguantar el resultado cuando apenas va el primer tiempo. Milei y Caputo compran tiempo político a costa de reservas, inversión y credibilidad. El costo de ese aguante se verá después de octubre, cuando la mecha se acorte y el margen de maniobra sea nulo.

 

El gobierno que prometía dinamitar la casta y liberar los mercados termina pareciéndose demasiado a lo que decía combatir: un Estado que subsidia al dólar, interviene en secreto y apela a controles desesperados. El “león” que bramaba libertad se convirtió en un domador torpe que, al quedarse sin látigo, recurre a los viejos trucos de siempre.

 

La corrección es inminente. La duda no es si llegará, sino cómo y con qué consecuencias sociales. El desenlace será el test más crudo de la economía política: la evidencia de que la épica de la flotación no pudo contra la fuerza gravitacional de la realidad argentina.

 

El Gobierno admite que usará reservas del Tesoro para frenar al dólar y abandona su bandera de libre flotación. Los factores económicos dudan de su capacidad de sostener el plan. 

 

 

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