El peronismo ganó en el interior por la crisis social

Los triunfos de Unión por la Patria en secciones bonaerenses con fuerte presencia agropecuaria encendieron la discusión. El campo no fue la llave: en los cascos urbanos, castigados por la recesión y el ajuste, decidieron vecinos que nada tienen que ver con las retenciones.

Política14/09/2025
NOTA 1

En Buenos Aires se instaló una lectura cómoda: si el peronismo ganó en la cuarta, la segunda o la séptima sección electoral, fue porque “el campo” le dio la espalda a Milei. Un atajo que, como casi siempre en política, sirve para titular rápido pero explica mal. 

 

En los pueblos del interior bonaerense viven muchos más jubilados, docentes, empleados municipales y comerciantes que productores agropecuarios. Y cuando el voto bronca se expresó en las urnas, lo que pesó no fue la soja sino la billetera diaria.

 

Ignacio Kovarsky, presidente de Carbap, lo dijo sin rodeos: “Trenque Lauquen tiene 55 mil habitantes y apenas 700 u 800 productores. El 10% del padrón puede estar vinculado al campo. El resto trabaja en comercios, escuelas o administración pública. Votan por lo que les pasa a ellos, no por lo que le pasa al campo”. 

 

El textual funciona como baldazo de agua fría para quienes siguen leyendo el mapa electoral con la plantilla de la 125.

 

Los resultados dejaron en claro que el problema de Milei en el interior no se explica por retenciones ni por los encontronazos con las entidades rurales. 

 

Se explica porque la crisis llegó a los pueblos: la inflación que licúa jubilaciones, la caída del consumo en los almacenes, la paralización de la obra pública que dejaba changas, el ajuste sobre universidades y hospitales que tienen presencia concreta en ciudades intermedias. Esos son los votantes que hicieron la diferencia, no un “campo” homogéneo que, de hecho, sigue mirando con desconfianza al peronismo.

 

La paradoja es brutal: mientras el Gobierno intentó congraciarse con el agro, los productores lo consideraron insuficiente y los pueblos no lo votaron porque ya no alcanza con gestos sectoriales. Kovarsky lo resumió de manera quirúrgica: “Un gobierno le puede dar al campo, a los bancos o a cualquier sector lo que pidan, pero si desatiende a jubilados, maestros, discapacitados, la universidad pública o el Garrahan, no gana elecciones”.

 

En política, la aritmética manda. El voto del agro pesa menos del 10% del padrón bonaerense. En cambio, los asalariados públicos, docentes y jubilados multiplican por diez esa cifra. Creer que la suerte electoral en la provincia más grande del país se define en los silos bolsa es un error que se repite por pereza analítica o por interés de lobby. Lo cierto es que en las ciudades cabecera —Junín, Chivilcoy, Azul, Trenque Lauquen— lo que decide es el humor social de quienes dependen del Estado, del comercio local y de la rueda productiva que está parada.

 

El peronismo entendió esa clave y orientó su campaña a mostrar gestión concreta: escuelas inauguradas, hospitales en marcha, subsidios al transporte, obras en barrios periféricos. Milei, en cambio, se aferró a un relato de motosierra y Excel, que en los cascos urbanos sonó más a amenaza que a promesa. El resultado se vio en las urnas.

 

El oficialismo nacional, en su obsesión por reducir la política a cuentas fiscales y gestos al capital concentrado, olvidó que la democracia la deciden mayorías. Y las mayorías en el interior bonaerense no son pooles de siembra: son maestras que no llegan a fin de mes, jubilados que eligen entre medicamentos o comida, comerciantes que ven caer sus ventas mientras pagan tarifas dolarizadas.

 

La moraleja es sencilla y brutal: el campo puede seguir siendo actor de presión, pero no define elecciones solo. Los pueblos del interior sí. Y cuando el ajuste los golpea en el mostrador, la boleta que eligen no es la que defiende la motosierra, sino la que promete que, al menos, no se van a quedar sin escuela ni hospital.

 

 

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