El Central quema reservas y el Plan Caputo sin aire

Con el dólar mayorista en el techo de la banda, el Banco Central vendió USD 349 millones y no logró frenar la presión: los financieros volaron, los bonos se hundieron y el riesgo país perforó la barrera psicológica. En paralelo, Barclays advirtió que el régimen cambiario está bajo presión.

Actualidad19/09/2025
nota

Crisis cambiaria, explota el riesgo país

 

El dato que manda es uno solo y es brutalmente simple para cualquiera que hace números en un comercio, una pyme o una mesa: salieron USD 349 millones y el precio no cayó. 

 

El tipo de cambio mayorista cerró en el techo de la banda; los paralelos se corrieron hacia arriba; el MEP y el CCL siguieron el mismo guion; y el riesgo país dio un salto que dejó a la deuda local otra vez en zona de desconfianza estructural. Esto no es “sensación térmica”: es un mercado probando límites y un régimen cambiario que luce agotado cuando se lo exige en serio.

 

El Gobierno eligió administrar el frente cambiario con bandas y retoques quirúrgicos. Sirvió mientras hubo viento de cola financiero y paciencia política. Ya no hay ninguna de las dos: los vencimientos en dólares pesan, las reservas líquidas son escasas, la cosecha adelantada secó oferta y la política perdió la épica del “vamos llegando”. 

 

Lo que queda es un Banco Central vendiendo caro, perdiendo margen de maniobra en futuros largos y tratando de que el tipo de cambio no rompa la escenografía antes de octubre. Si la película es “aguantar”, el costo es explícito: más dólares propios, menos credibilidad ajena.

 

Bandas bajo fuego: cuando la micro se traga a la macro

A esta altura, las bandas son una promesa con goteras. La demanda precautoria se activó, los financials (MEP/CCL) marcan la cancha y el mercado ya descubrió que, si empuja en el umbral superior, el BCRA aparece con la chequera. Resultado: intervención frecuente, efecto precio efímero, señal de debilidad persistente. 

 

Nadie con memoria de 2018 puede alarmarse porque Barclays diga que “muddling through” perdió viabilidad: con USD 44.000 millones de vencimientos en el horizonte (aun descontando multilaterales), reservas líquidas finitas y un déficit de confianza, el techo de la banda se vuelve un piso emocional más que un ancla nominal.

 

La aritmética es ingrata y no entiende de épicas: si se venden dólares hoy para sostener la foto, mañana hay menos amortiguador para enfrentar rollovers, paridades deprimidas y shocks políticos. Y cuando la foto muestra bonos al piso, el precio de refinanciar sube. Es el círculo que todo banquero conoce y todo ministro teme: sin confianza, cada dólar que usás vale doble—por lo que cuesta y por lo que revela.

El Gobierno intenta blindar el relato con disciplina fiscal y latiguillos contra “la casta”. 

 

Bienvenidas las cuentas ordenadas; irrelevante el eslogan cuando el mercado pregunta otra cosa: ¿cómo pagás? ¿Cuál es el sendero de liquidez para enfrentar vencimientos sin rifar reservas? ¿Qué régimen cambiario prometés para que el importador cotice, el exportador liquide y el inversor estime flujos? Mientras no haya respuesta concreta, la economía real se protege: remarca, posterga, dolariza inventarios. No es militancia; es supervivencia.

 

Política sin caja es teoría

 

La nota de Barclays no “opera” contra el Gobierno: traduce a research lo que el mercado ya empezó a pricear. Dice tres cosas que cualquiera que paga sueldos intuye:

-Liquidez corta: con métricas estrictas, el colchón efectivo ronda niveles que no habilitan jugar todos los partidos al mismo tiempo.

 

-Vencimientos grandes, tiempo chico: la ventana para consolidar expectativas se estrecha si la política entra en modo campaña permanente.

-Tipo de cambio real: sin una regla creíble, los agentes usan el paralelo como proxy de cobertura y el ancla se rompe por uso.

 

No se trata de “devaluar por devaluar”. Se trata de regla, timing y credibilidad. Sin una nueva arquitectura —llámele crawling consistente, unificación con secuencia, esquema de bandas con ancla fiscal/monetaria y fondeo claro— la economía camina con muletas y el mercado cobra tasa de riesgo por cada paso. Y cuando la tasa de riesgo sube, el país se autoexpulsa de su propio crédito. Para peor, cada jornada de ruido político—acusaciones de golpe, tuits ministeriales inflamados— encarece el día después.

 

Aquí no hay romanticismo libertario ni fábulas heterodoxas: hay caja. El comerciante quiere saber si el proveedor le respeta el precio; el industrial si consigue insumo sin ocho listas; el gobernante si llegan los giros federales a tiempo; el ahorrista si el bono que compró va a cobrar. Si la respuesta es un slogan, la reacción es cobertura. 

 

Y la cobertura, en Argentina, se llama dólar.

 

El oficialismo repite que “no hay plata”. Correcto, pero tampoco hay crédito. Y sin crédito no hay transición posible entre la macro que termina y la macro que promete nacer. No importa el fanatismo pro mercado; importa que el plan genere ganancia y repago. Hoy no lo está logrando. Si además Barclays “pica el boleto” y sugiere que así no alcanza, la discusión ya no es periodística: es de tasa.

 

El dilema estratégico se reduce a dos senderos: con plata o con política. Con plata, aparece un backstop (FMI ampliado, multilaterales, repo con colateral robusto, prefinanciación exportadora de escala) y se compra tiempo para ordenar la regla cambiaria. 

 

Con política, se desbloquea el tablero: previsibilidad regulatoria, acuerdo básico con oposición y gobernadores, cronograma de desarme de controles y una señal nítida sobre tipos de cambio. Sin una de las dos, el BCRA seguirá vendiendo caro, el mercado seguirá comprando cobertura y el riesgo país seguirá premiando al pesimista.

 

La economía es confianza administrada. Cuando el Banco Central entra todos los días a la cancha y aun así el precio no afloja, no es el termómetro el que está roto: es la fiebre. Y la fiebre, en Argentina, siempre avisa lo mismo: sin regla y sin caja, el dólar manda.

 

Si la estrategia es “aguantar” con ventas diarias, el costo es doble: menos reservas y más duda sobre el día después.

 

No se trata de ideología: se trata de una regla cambiaria creíble, fondeo claro y una política que ordene expectativas.

 

 

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