Milei concede: el Garrahan tuvo un aumento “histórico”

Tras meses de conflicto, el hospital pediátrico logró un aumento del 61% en los básicos y bonos retroactivos. El Gobierno lo presentó como “orden y eficiencia”, pero los gremios lo leen como triunfo de la lucha.

Actualidad05/11/2025
NOTA ARRIBA

El Presidente enojado ahora se estrena “magnánimo”

 

En política, a veces el gesto importa más que el decreto. El aumento “histórico” al personal del Hospital Garrahan fue presentado por el Gobierno como un acto administrativo, pero en los pasillos del poder se leyó como otra cosa: la primera concesión calculada del Milei que ganó y ahora disfruta mandar.

Durante meses, médicos, enfermeros y administrativos marcharon, pararon, ocuparon pacíficamente la dirección y resistieron descuentos. El oficialismo los acusó de “maniobras políticas” y los disciplinó con planillas de sueldos mutiladas. Hoy, los mismos trabajadores que fueron tildados de “izquierda sindicalizada” reciben un 61% de recomposición salarial retroactiva y bonos de hasta $450.000. El Gobierno no lo llama concesión, lo llama “eficiencia”. Pero el resultado es el mismo: la ley que Milei vetó empieza a aplicarse por debajo de la mesa.

 

La magnanimidad también cotiza

Los libertarios entendieron tarde una regla vieja del poder: gobernar no es resistir, es administrar los favores.

En la superficie, el Ejecutivo sigue sin reconocer la Ley de Emergencia Pediátrica. En la práctica, la está ejecutando parcialmente, rubro por rubro. No por convicción sanitaria, sino por estrategia política. La victoria electoral le dio margen, y Milei empieza a ensayar una nueva virtud: la magnanimidad del vencedor. En la Casa Rosada lo explican con lógica de mercado: “hay que sostener capital político”.

El presidente sabe que su núcleo duro no se pierde por un bono al Garrahan, pero sí puede ampliar su círculo de tolerancia entre quienes antes lo veían como un enemigo. En política, eso se llama expansión de frontera.

El Milei que en campaña gritaba “no hay plata” ahora reparte billetes simbólicos: reconocimiento, autoridad, benevolencia.

Ya no necesita la furia para existir; necesita la gobernabilidad para durar.

En el hospital, los gremios lo saben. “Sin admitirlo, el Gobierno empieza a aplicar la ley”, escribieron en ATE Garrahan. Lo que se consiguió con paros y presión ahora se blanquea como “proceso de orden”. La paradoja es evidente: el conflicto que el Gobierno quiso sofocar terminó fortaleciéndolo políticamente.

 

El Loco que aprende a gobernar

El nuevo Milei no es el del atril, es el del poder. Después de la victoria legislativa, descubrió que ceder puede ser más rentable que chocar.

Ya no necesita mostrar los dientes todo el tiempo. Puede sonreír y firmar un aumento, sabiendo que la foto también es un mensaje. Que el Garrahan funcione, que los médicos trabajen en paz y que los gremios bajen el tono no es debilidad: es eficiencia política. Esa idea —la del “líder total” que se permite ser generoso— empieza a circular entre sus asesores. No es un cambio ideológico: es una mutación de método. El Milei del 2024 necesitaba la confrontación para sostenerse; el de ahora empieza a disfrutar el mando. Porque cuando no hay oposición, la radicalidad ya no moviliza: aburre.

Los libertarios más pragmáticos lo entendieron rápido: en el mapa del poder, dar también construye autoridad.

La foto de los trabajadores con batas celebrando, los niños disfrazados por Halloween y la calma después del conflicto valen más que cien cadenas nacionales. Es la escenografía de un presidente que empieza a disfrutar el juego.

 

La política y el deseo

El Garrahan fue un microcosmos del país: conflicto, desgaste, reclamo, victoria parcial. Lo que cambia no es la demanda, sino la respuesta. Milei —el mismo que habló de motosierra— ensaya ahora el rol del que “sabe dar sin parecer débil.”

El bono no es un gesto social: es una inversión en legitimidad.

Y en eso, el Presidente aprendió rápido.

Los gremios celebran un triunfo “histórico”, pero el poder celebra otra cosa: una tregua ganada sin admitirla.

El gobierno mantuvo su relato de austeridad mientras aplicaba en silencio lo que había vetado. Y esa contradicción, lejos de exponerlo, lo fortaleció.

En términos de realpolitik, Milei hizo lo que hacen los que gobiernan: entendió que los principios sirven para ganar elecciones; las concesiones, para sostenerlas.

El Garrahan no fue una victoria sindical ni un acto de misericordia: fue el bautismo político de Milei como jefe real.

El libertario furioso descubrió que mandar no es pelear, es elegir cuándo ceder.

Y en ese giro pragmático, quizás sin saberlo, el “loco” empezó a parecerse demasiado a los que decía venir a destruir.

 

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