“Cachorra” Vargas, la letal Viuda Negra que cayó en Lanús

Daiana Vargas creía que el conurbano la había tragado. Vivía en Lanús como si el crimen de San Juan nunca hubiera pasado. Hasta que la policía tocó la puerta en 9 de Julio y Pergamino. Siete puñaladas en un baño siguen pesando. El juez Yadarola ya tiene la perpetua lista.

Región04/12/2025
NOTA

Estuvo casi dos años prófuga

A veces los casos policiales nacen como un rumor en la calle y terminan convertidos en una advertencia social. El de Daiana Micaela Vargas, conocida como “Cachorra”, pertenece a esa familia oscura de historias donde la seducción, y la violencia se cruzan con el hastío de la Justicia. Vargas cayó en Lanús como si nunca hubiera sido buscada: camuflada entre casas bajas, una pareja nueva, vida de barrio y una calma que solo tienen quienes creen que ya nadie las sigue. Pero la seguían. Llevaban 546 días detrás de ella.

El caso se remonta a un baño pequeño en un departamento sobre avenida San Juan, en Constitución donde el cuerpo de José David Silva, de 63 años, apareció tirado en un charco de sangre. Siete puñaladas en el cuello. Las marcas del miedo y de la sorpresa. Silva había confiado en una relación que pensó discreta y sincera. Para él, Vargas era su novia. Para ella, según la investigación, era un objetivo: dinero, celular, billetera, una vida desarmada en minutos.

Ese jueves de junio de 2024, Silva abrió la puerta a quien creía que era la mujer que lo quería. Ella no llegó sola. Entró con Leonardo Damián Díaz, su verdadero novio. Lo que siguió fue rápido, brutal y silencioso. Un baño estrecho, un hombre indefenso, dos agresores y la certeza de que nadie escucharía nada. El robo fue de 165 mil pesos y un teléfono. El costo humano, imposible de medir.

 

Itinerario de la violencia 

El hallazgo del cuerpo llegó por una pérdida de agua. Los vecinos tocaron, insistieron, empujaron la puerta. En un país acostumbrado a convivir con la muerte, el agua corriendo desde un departamento sigue siendo un llamado de alerta. El cuchillo estaba en el piso, el bidet abierto, la escena alterada como si quisieran borrar desesperadamente lo que ya estaba escrito.

La investigación caminó calles de Constitución, Caballito, Flores y La Matanza. El celular de Silva encendía coordenadas como si dejara migas de pan. Las cámaras mostraban sombras, movimientos torpes, una pareja que escapaba. Testigos hablaron de una chica joven, de un hombre robusto, de una relación desigual que nadie se animó a nombrar como violencia hasta que fue demasiado tarde.

La fuga tuvo estaciones. Vargas se escondió primero en Chaco, su provincia natal. Díaz, su cómplice, cayó allí meses después, viviendo en la calle, transitando casas prestadas y rutas provinciales como un fantasma. El juez Martín Yadarola los consideró coautores de homicidio agravado por ensañamiento y alevosía, además de haber actuado para cometer otro delito. Palabras duras, que en lenguaje judicial significan solo una cosa: perpetua.

Cuando la Policía bonaerense dio con ella, “Cachorra” estaba en Lanús, justo donde se une Avenida 9 de Julio, entre Pergamino y Luján. No huyendo, sino viviendo. El dato es clave: no hay prófugo que resista mucho tiempo si no tiene quién le dé techo. Y en muchos barrios del conurbano, esconderse parece apenas una forma más de sobrevivir. Los investigadores la encontraron como encuentran casi todo en estos casos: por cruces de teléfonos, horarios repetidos, calles que se convierten en rutina. La pareja nueva se quedó mirando sin entender cuando la redujeron en el piso. Ese desconcierto, dicen, fue más elocuente que cualquier declaración.

La Justicia reconstruyó el móvil sin vueltas. Robaron para irse. Mataron para que nadie pudiera denunciarlos. La diferencia de edad y fuerza entre víctima y victimarios, sumada al ataque en un espacio mínimo, fue determinante para la imputación. No hubo pelea. No hubo chances. Solo un hombre confiado en su propia soledad y dos personas que vieron en él una oportunidad. Las lesiones fueron salvajes, rampantes, sin piedad. 

Los casos como este no hablan solo de crimen. Hablan de vínculos rotos, de desigualdades, de la fragilidad emocional y económica que atraviesa a quienes buscan afecto a cualquier costo. Hablan también de un sistema que, cuando funciona, llega. Tarde, pero llega.

La caída de “Cachorra” no cierra la herida del crimen de Silva. Pero devuelve una pieza al tablero de la Justicia. Y recuerda algo incómodo: en el conurbano la vida siempre vale más que lo que cuesta robarla, pero pocas veces el sistema logra mostrarlo a tiempo.

 

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