Libertad Educativa: Milei potencia el rol de las familias

Homeschoolling, familias y nuevas formas de aprender

Hay una escena que se repite en cada casa cuando llega la tarde: tareas sobre la mesa, celulares al costado, madres, padres o abuelos tratando de acompañar. Más allá del nombre de la ley que se discuta en Buenos Aires, la pregunta de fondo es siempre la misma: quién educa y cómo se reparte esa responsabilidad entre la escuela, la familia y el Estado. El nuevo proyecto de Ley de Libertad Educativa entra de lleno en ese terreno y corre el eje de la discusión hacia un modelo con más autonomía y más decisiones en manos de las familias.

La iniciativa plantea que enseñar y aprender es un derecho que puede ejercerse en la escuela tradicional, en formatos alternativos o en el propio hogar. Reconoce a las familias como “agente natural y primario de la educación de los hijos” y habilita el homeschooling con un marco regulado: los chicos podrán estudiar en casa, pero deberán acreditar sus saberes mediante exámenes periódicos o vinculándose a alguna institución de educación básica. No se trata de desentender al Estado, sino de aceptar que el aula puede ser también la cocina, el comedor o una plataforma virtual, siempre con reglas claras.

En paralelo, el proyecto abre la puerta a la educación híbrida y en entornos virtuales, algo que muchas escuelas y estudiantes ya vienen practicando desde la pandemia, aunque sin un marco fuerte. Plataformas digitales, clases a distancia, materiales en línea y acompañamiento remoto pasan a ser parte reconocida del sistema, con la condición de garantizar interacción, evaluación y seguimiento de trayectorias. Para las familias que viven lejos de un centro urbano, o para chicos con situaciones especiales de salud o movilidad, esto puede significar una herramienta concreta de inclusión.

El texto también pone el foco en la calidad y el monitoreo. Se propone publicar los resultados de las evaluaciones nacionales por escuela, resguardando la identidad de estudiantes y docentes, y crear un Examen Nacional de Educación Secundaria que mida, al final del ciclo, los conocimientos básicos en Lengua, Matemática, Ciencias y Humanidades. La idea es que cada familia pueda saber con mayor claridad qué ofrece cada institución y cómo se ubica respecto del promedio. En un mapa educativo donde conviven escuelas estatales, privadas, comunitarias y confesionales, esa información podría convertirse en una brújula real para elegir.

Otro eje central es el tiempo escolar. El proyecto fija un piso de 540 horas anuales para el nivel inicial y 720 para primaria y secundaria. No resuelve por sí solo los problemas de infraestructura ni de condiciones laborales, pero deja claro que el derecho a aprender también se mide en horas de trabajo sostenido, más allá del formato elegido. Incluso en el homeschooling, el Estado se reserva la potestad de evaluar contenidos y ritmo de aprendizaje.

En materia de financiamiento, la ley propone un sistema federal de monitoreo de la inversión educativa. Toda institución que reciba dinero público deberá rendir cuentas en forma detallada y periódica, y esa información deberá ser accesible en un portal digital abierto. En un contexto de recursos escasos, transparentar cuánto se invierte, dónde y con qué resultados puede ser una herramienta poderosa para la comunidad educativa de cada distrito.

La discusión que se abre no es menor. Hay temores legítimos sobre posibles desigualdades entre hogares con más o menos capital cultural, y debates profundos sobre el rol integrador de la escuela. Pero también hay una demanda creciente de familias que quieren tener más voz en el proyecto pedagógico, en los contenidos y en el modo de acompañar a sus hijos. La clave estará en que la libertad educativa no signifique retiro del Estado, sino un nuevo equilibrio entre autonomía y cuidado.

Si el Congreso avanza, el desafío será que esta ley no quede en un papel bien redactado, sino que se traduzca en acuerdos concretos en cada barrio, entre directivos, docentes y familias. Que el homeschooling no sea un refugio individual sino parte de una red que acompañe. Que las evaluaciones no se usen para castigar, sino para mejorar. Y que, en definitiva, la mayor libertad sirva para algo muy simple y muy profundo a la vez: que cada chico y cada chica, viva donde viva, tenga una oportunidad real de aprender, crecer y elegir su propio camino.