Dante Gebel, ultraliberal con “buenos modales” que se anima

La matriz cultural argentina, al fondo

En diciembre de 2025, el clima político argentino tiene algo de paradoja permanente. Milei muestra logros macro que ordenan titulares, pero el bolsillo todavía no se enteró del final feliz. En ese hueco, donde la economía no alcanza para explicar el humor social, aparece una figura que no pide permiso: Dante Gebel. No llega con un partido, llega con una gira. No arma actos, llena teatros. Y esa diferencia, que parece estética, es profundamente política.

Su show “PresiDante” mezcla humor, confesión personal y reflexiones con un timing quirúrgico. Arriba del escenario hace de todo: canta, cita autores, se burla con elegancia, se emociona, y recién mucho después deja caer el componente religioso como quien revela la carta cuando ya ganó la mano. El propio Gebel lo define como “caballo de Troya”. Traducido al lenguaje de la rosca: entrar por cultura para salir por poder.

La incomodidad que genera no es moral, es estratégica. En octubre, la participación electoral cayó al 68%, la más baja desde 1983. Ese dato es una alarma para todos, porque confirma fatiga ciudadana y descreimiento en la política tradicional. En ese terreno, un outsider que no grita, que no insulta y que no necesita estructuras para convocar, puede transformarse en una amenaza real.

Gebel detecta un punto clave: el voto argentino es más fluido de lo que los aparatos admiten. No se mueve por doctrinas, se mueve por clima. Y hoy el clima es mezcla de cansancio, bronca y ganas de creerle a alguien. Milei lo capitalizó con una épica de choque. Gebel ofrece lo inverso: calma, empatía y cercanía, sin renunciar a un ideario liberal. Es, en esencia, un ultra liberal con sonrisa y tacto social. Un perfil que, en años de desgaste, suele volverse competitivo.

El evangelismo es el combustible de esa hipótesis. Las estimaciones lo ubican cerca del 20% del país, con presencia fuerte en barrios donde la contención social reemplaza al Estado cuando el Estado llega tarde. Milei ya jugó ahí y sumó legisladores de ese mundo. Pero el ajuste, incluso con medidas contradictorias que intentan compensar, abrió fisuras. Un electorado que acompañó por rechazo a “la casta” puede cambiar de opción si percibe que el sacrificio no trae horizonte.

Gebel conoce ese terreno desde antes de que se pusiera de moda medirlo. Tiene una carrera de décadas, una plataforma mediática consolidada, una base internacional y una estructura propia que le da autonomía económica y comunicacional. No depende del Estado ni de un partido. 

¿Le alcanza para ser candidato? La pregunta real no es esa. La pregunta es otra: ¿cuánto vale hoy una figura que puede convocar sin aparato en un país donde el aparato está desgastado? En 2027 Milei sigue apareciendo como favorito en escenarios de balotaje, pero el humor social no es un contrato fijo. La economía, las alianzas y el desgaste pueden reordenar todo. Y en esa inestabilidad, un outsider empático, liberal y religioso puede funcionar como un espejo incómodo: muestra lo que Milei tiene y lo que le falta, y le recuerda a la oposición que el futuro no siempre sale de sus mesas.

Si Milei gobierna con la lógica del “amigo-enemigo”, Gebel insinúa otra herramienta: la ternura como poder. No es menos política. Es más sofisticada. Porque cuando la gente se cansa del ruido, el que habla bajito se escucha más fuerte.