Un Jardín de Escalada rescata los rituales del sueño

En el Jardín N° 903 niñas y niños de 4 años crearon una antología sonora y visual sobre los momentos antes de dormir. Una experiencia educativa que pone en valor la palabra como abrazo y el sueño como derecho.

Región02/07/2025
NOTA 1

En el corazón de Lanús, entre calles de patio y voces de barrio, un grupo de niñas y niños de la sala celeste del Jardín de Infantes N° 903 protagoniza una experiencia que combina ternura, memoria, lenguaje y creatividad. Bajo el título “Antología para soñar”, este proyecto surge como una propuesta pedagógica que recupera los rituales previos al sueño como patrimonio sensible de las infancias y sus familias. 

 

En tiempos acelerados y pantallas luminosas, dormir se convierte en un territorio pedagógico y afectivo que el jardín decidió explorar.

 

 

La iniciativa, que será presentada en la Feria de Educación, Arte, Ciencia y Tecnología 2025, trabaja con la metodología del Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP) y tiene como eje el valor de la palabra y la tradición oral. ¿Qué nos ayuda a dormir mejor? ¿Quién nos cantó una canción de cuna por primera vez? ¿Qué cuento calma? ¿Qué voz nos da paz?

 

Las preguntas se abrieron como disparadores para investigar prácticas que muchas veces se dan por sentadas, pero que marcan huellas profundas en el desarrollo emocional y lingüístico de los chicos. Así, las docentes recopilaron testimonios, sonidos, relatos familiares y canciones que fueron traídos por las niñas y los niños desde sus casas: “Dormir es un acto lleno de humanidad. Escuchar una voz que arrulla, un cuento que calma, una canción que abraza, es una forma de enseñar y cuidar”, resume el equipo docente.

 

La propuesta se materializó en una antología multimedial: grabaciones de voces familiares, cuentos dictados, ilustraciones de sueños, registros sonoros de nanas y relatos orales. No se trató sólo de compilar, sino de recrear la experiencia del sueño como un derecho afectivo que vincula generaciones y permite a cada niño reconocerse en las voces que lo cuidan. En cada audio o dibujo hay un pedazo de mundo interior que, al compartirse, se vuelve colectivo.

 

La experiencia no sólo conecta con contenidos del área de lenguaje, arte y tecnología, sino que también entra en diálogo con el Programa Especial de Actividades Científicas y Tecnológicas Educativas (ACTE), promoviendo trayectorias significativas desde la primera infancia y apostando por una comunidad educativa viva, creativa y comprometida.

 

En ese sentido, lo innovador no fue sólo el resultado —una obra multiformato—, sino el proceso pedagógico amoroso y profundo. El proyecto permitió que las familias se involucraran de manera activa, aportando memorias, canciones y costumbres que volvieron a tener presencia en el aula. Muchos compartieron grabaciones de cuentos que sus abuelas les contaban, y esas historias encontraron nuevas infancias que las escuchan con los ojos abiertos antes de dormir.

 

A lo largo del proceso, surgieron aprendizajes inesperados: niños que descubrieron que también podían inventar sus propios cuentos, o que una voz grabada podía ser un abrazo a la distancia. Otros preguntaron si podían cantar algo inventado para otro que no podía dormir. Así, el lenguaje se volvió consuelo, juego, arte, y sobre todo vínculo.

 

Esta “Antología para soñar” no solo es una colección de materiales sensibles: es una propuesta ética y política sobre la educación en la ternura, sobre el valor de detenerse, de escuchar y de habitar el momento de ir a dormir no como un final del día, sino como un ritual cargado de sentido. 

 

Donde antes había un celular o una TV encendida, ahora hay un cuento, una voz grabada, una canción compartida.

 

En tiempos donde las urgencias del mundo adulto tienden a imponer velocidad y productividad desde edades tempranas, esta experiencia se vuelve un acto de resistencia sensible, un modo de enseñar que soñar no es perder el tiempo, sino una forma de crecer, imaginar y estar acompañado. Y eso, para una infancia, vale más que mil teorías.

 

 

No se trató sólo de compilar, sino de recrear la experiencia del sueño como un derecho afectivo que vincula generaciones y permite a cada niño reconocerse en las voces que lo cuidan.

 

 

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