El plan de Milei está atado con alambre y deuda

El modelo de contención inflacionaria basado en dólar bajo, ajuste fiscal y represión del consumo empieza a crujir por donde se lo mire. El FMI prende las alarmas, Wall Street se impacienta y la fuga de divisas vacía las reservas. Cuán cerca está el final de una estrategia sostenida con palos.

Actualidad08/07/2025
NOTA UNICA

El modelo y el fantasma de la corrida cambiaria

 

 El modelo económico de Javier Milei descansa sobre una combinación peligrosa: dólar oficial planchado, tasas artificiales para evitar una corrida, represión de la demanda y ajuste fiscal a machetazos. Pero como todo equilibrio forzado, el experimento también tiene fecha de vencimiento. Las señales que llegan desde Washington y Nueva York son inequívocas: el andamiaje que sostiene esta fantasía de estabilidad se agrieta.

Max Alier, jefe de la oficina argentina del FMI, envió un informe reservado a sus superiores donde advierte lo que todos intuyen pero nadie dice en voz alta: sin acumulación de reservas, las bandas de flotación que regulan al dólar podrían estallar. El mercado ya no se come el verso de la remonetización ni la base monetaria al 9% del PBI. Lo que ve es una “bomba de pesos” disimulada en LECAPs que solo evita el estallido porque todavía hay liquidez especulativa.

La prueba está en la licitación fallida de Bopreal, a pesar del dólar caro y las tasas atractivas. No hay confianza. Y sin confianza, ni el mejor ancla nominal sirve. Los fondos comunes de inversión que hasta ahora ayudaban a contener la presión cambiaria podrían dejar de comprar papeles si los encajes aumentan, como sugiere el propio FMI. Si eso pasa, la demanda por cobertura se multiplicará y las bandas podrían volar por los aires.

Luis "Toto" Caputo, cada vez más aislado, delegó en su vice, José Luis Daza, el difícil arte de mendigar dólares en Wall Street. Daza va y viene entre Nueva York y Washington intentando destrabar desembolsos congelados del FMI y convencer a fondos privados de que todavía se puede confiar en Argentina. La respuesta hasta ahora es un gesto de desconfianza: "Nos dijeron que estaban holgados, ahora vienen a pedir".

Y es que no hay magia que alcance cuando los números no cierran. El acuerdo con el Fondo proyectaba una prima de riesgo de 550 puntos para 2025. Hoy ya está en 700. El déficit de cuenta corriente, que debía ser -0,4% del PBI, ya alcanza el -2,1%. Las reservas netas están 6.000 millones por debajo de lo pactado. Y eso sin contar la bomba del cepo levantado: solo en abril y mayo se fueron más de 5.200 millones de dólares por compra de billetes.

Esos números no son casualidad. Son la consecuencia directa de una estrategia que elige endeudarse para comprar tiempo. El Gobierno presume de superávit, pero financia el equilibrio con atraso cambiario y colocaciones de deuda en pesos cada vez más riesgosas. Y mientras tanto, la promesa de privatizar 20 empresas públicas antes de fin de año se convierte en condición sine qua non para evitar que el FMI le quite el respaldo político que le dio hasta ahora.

El mercado también empieza a mostrar signos de agotamiento. Las compras de dólares por parte de personas físicas alcanzaron niveles solo comparables con el final del gobierno de Macri. En mayo, un millón de argentinos compraron más de 2.200 millones. Si se suman abril y mayo, casi la mitad del último desembolso del Fondo ya se esfumó. Lejos de sacarlos del colchón, los argentinos los están metiendo.

Y mientras el Banco Central hace malabares para evitar una corrida, el Tesoro intenta cubrir los vencimientos con nuevos instrumentos que nadie quiere. Las LECAPs se volvieron un chicle con sabor a default futuro. La promesa de dolarización quedó archivada, la inflación empieza a rebotar y la recesión profundiza la pobreza. Aún así, el Gobierno se aferra a la narrativa del ajuste exitoso, aunque la realidad le grite lo contrario.

La pregunta no es si el modelo se va a caer. La pregunta es cuándo. Porque todo está sostenido por un andamiaje que depende de dólares prestados, confianza de corto plazo y voluntad política que empieza a erosionarse. La relación con los gobernadores está dinamitada, el Congreso desactiva parte del ajuste, y la calle empieza a mostrar signos de fatiga social.

No hay ingreso genuino de divisas. Las exportaciones no crecen, las importaciones reprimidas distorsionan la economía y las inversiones prometidas siguen sin aparecer. La economía real está en stand-by. Todo el modelo descansa sobre la fe en que llegará un salvataje externo que lo sostenga. Pero hasta el Tesoro de EE.UU. parece distraído, enfocado en su interna con la Reserva Federal.

El experimento Milei no es otra cosa que un ejercicio de contención. Sostener un techo con palos mientras se derrumba la casa entera. El tipo de cambio bajo no es competitividad, es anestesia. La inflación reprimida no es estabilidad, es suspenso. El superávit no es estructural, es prestado. Y la confianza no se impone, se construye.

Por eso, cuando se rompa uno de los palos, caerá el techo. Y con él, la ficción de una economía saneada. Porque sin reservas, sin dólares, sin exportaciones, sin industria y sin consumo, no hay milagro que aguante. Solo un final anunciado, escrito en el lenguaje crudo de los números. Y en economía, los números no perdonan.

"Faltan dólares, sobran parches"

La frase la dijo Martín Redrado, pero podría haber salido del balance de cualquier analista financiero que no esté embriagado con el relato oficialista. El ex presidente del Banco Central no solo cuestionó la escasez de reservas líquidas —estimadas en menos de 25.000 millones de dólares—, sino también el rumbo mismo del modelo económico de Javier Milei, atado con alambre al financiamiento especulativo.

El diagnóstico es claro: las exportaciones se desploman, las importaciones aumentan y el dólar oficial está cada vez más forzado. Redrado, desde Fundación Capital, estima que las reservas óptimas deberían rondar los 47.000 millones de dólares. Es decir, el país está 22.000 millones por debajo del nivel de seguridad. Una distancia que no se cierra con conferencias ni posteos.

El problema es estructural: la economía no genera dólares genuinos. No hay una política consistente para fomentar exportaciones, atraer inversiones productivas ni recuperar el aparato industrial. Mientras tanto, el Gobierno libera importaciones, convalida atraso cambiario y celebra licitaciones que el mercado no valida. La estrategia es tan frágil que un cambio de humor externo puede barrer con la estabilidad ficticia.

Redrado no propone magia. Plantea cuatro "revoluciones": una impositiva, que reduzca la carga y combata la informalidad; una exportadora, con acuerdos de inversión y apertura de mercados; una de infraestructura, que reduzca costos logísticos; y una federal, que dé autonomía fiscal a las provincias. Cuatro pilares para reemplazar los parches.

Porque lo que Milei ofrece no es una economía moderna. Es una contabilidad de emergencia, financiada por deuda, que posterga decisiones estructurales. El Gobierno cree que el tipo de cambio es una variable estética. Pero el precio del dólar, como recordó Redrado, es la expresión de una escasez brutal. Y cuando algo falta, sube.

En ese contexto, pensar que la inflación está dominada por un tipo de cambio pisado es una ilusión. Tarde o temprano, esa represión explota.

 

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