Dólar al tope y reservas al hueso: Operadores responden con el bolsillo

Mientras Caputo celebra un tipo de cambio más competitivo, los operadores responden con desconfianza: aumentan las presiones sobre las reservas y se encienden las alertas por el posible regreso de un cepo más duro. No hay emojis, ni corazón, ni nada. Solo intereses. ¡Es la economía, estúpido!

Política31/07/2025
NOTA

La escena se repite con una regularidad que ya no sorprende: el dólar sube, las reservas caen, el mercado duda, el Gobierno celebra. Pero detrás de esa coreografía de aparente normalidad, se agita un clima que huele a retorno de cepos, restricciones y un modelo cada vez más encapsulado. 

 

A pesar del entusiasmo oficial por la mejora en el tipo de cambio real multilateral —ese índice que dice si estamos caros o baratos en dólares para comerciar con el mundo—, lo cierto es que la tensión financiera se palpita en cada operación mayorista y en cada licitación que se pisa para ganar tiempo. El dólar mayorista escaló hasta los $1.346, una cifra récord desde la eliminación del cepo, y mientras Caputo festeja la competitividad, los operadores miran la caja y responden sin emoción: con la billetera.

 

La política económica de Javier Milei navega sobre un artificio frágil: un tipo de cambio que intenta flotar, pero que se hunde ante cada inyección de pesos sin respaldo. Las LEFI fueron suprimidas, el mercado lo supo de antemano, pero reaccionó con violencia. ¿Por qué? Porque el problema no es técnico, es de confianza. Y ese capital, en la Argentina, se gasta rápido.

 

¿Qué festeja Caputo cuando sube el dólar?

El ministro de Economía salió a celebrar en redes que el tipo de cambio real multilateral alcanzó su mejor nivel en 14 meses, lo cual en lenguaje económico significa que el dólar está más caro —y por ende, más favorable para exportar e impedir importaciones que resten divisas. Pero ese entusiasmo ignora que detrás de esa mejora hay más fragilidad que estrategia: parte de esa “competitividad” no proviene de un plan sólido, sino del debilitamiento del peso y de la apreciación de las monedas de nuestros socios comerciales, como el real brasileño.

 

La mejora de ese indicador es parcial, temporal y, sobre todo, inestable. Las exportaciones siguen estancadas —salvo por los picos excepcionales del agro y la energía—, y el país sigue sujeto a una restricción estructural de divisas que ningún gráfico multilateral puede maquillar.

 

Y mientras tanto, el frente externo arde: el déficit de cuenta corriente ya superó los 5.000 millones de dólares en el primer trimestre, el doble de lo esperado por el FMI para todo el año. Y gran parte de esa sangría fue por turismo y viajes: argentinos que ahorran como pueden en el único bien refugio que no miente.

El “veranito” del dólar competitivo ya muestra nubarrones

La narrativa oficial quiere vender que el tipo de cambio alto no se traslada a precios, pero eso es, en el mejor de los casos, una ilusión transitoria. La inflación, que viene en declive por razones más estacionales que estructurales, está lejos de estar controlada. Y el intento por mantener las tasas en terreno positivo empieza a encontrar su límite cuando la liquidez en pesos crece más rápido que la confianza.

 

El mercado percibe claramente lo que el Gobierno intenta disimular: la flotación es más discursiva que real. La banda superior del tipo de cambio, fijada en $1.457, está cada vez más cerca, y una vez tocada, el Banco Central puede intervenir con venta de reservas. Pero, ¿qué reservas?

Los dólares no se rinden, se fugan

 

Los operadores económicos no son opositores, ni militantes, ni trolls: son planillas de Excel. 

 

Y frente al ruido político, las tensiones externas y la volatilidad de las decisiones oficiales, hacen lo único que saben hacer: cubrirse. Compran dólares. Drenan reservas. Le dicen que no al plan con sus operaciones diarias.

 

La demanda de dólares como cobertura electoral creció con fuerza este mes, empujada por tres factores: la caída de liquidaciones del agro, el exceso de pesos tras el desarme de instrumentos de regulación monetaria, y la incertidumbre por la estrategia oficial. No hay política monetaria sólida si no se sostiene con credibilidad.

 

Por eso, cada día que pasa, el Gobierno se enfrenta a la disyuntiva: seguir dejando correr el tipo de cambio en busca de una competitividad nominal que no se traduce en exportaciones reales, o replegarse sobre sí mismo, con nuevas restricciones que anticipen un retorno de lo que Milei juró enterrar: el cepo.

 

La tentación del cepo rabioso

 

La idea de un cepo no es nueva ni exclusiva de ningún gobierno. Es la reacción automática cuando se agotan las herramientas de conducción monetaria. Lo paradójico es que esta administración, que hizo del “libre mercado” una religión, está siendo arrastrada por la lógica del control que tanto criticó.

Los cambios regulatorios recientes en los fondos money-market, los encajes obligatorios y las intervenciones del BCRA en futuros muestran que el plan no flota solo: está lleno de boyas ocultas.

 

El gran interrogante ahora es si esa presión devaluatoria se podrá frenar sin recurrir al viejo instrumento de la prohibición. Porque si el drenaje de dólares continúa al ritmo actual, el margen para evitar nuevas restricciones se vuelve mínimo.

 

En la guerra entre promesa y realidad, siempre gana la contabilidad. Y cuando los dólares se van, no hay emoji de Caputo que alcance. Los operadores ya lo decidieron: no responden con el corazón, responden con la billetera. Y mientras la campaña electoral se acelera, el Gobierno juega a flotar en un mar sin anclas. Pero todos saben que no hay flotación sin reservas, ni confianza sin verdad. Y que cuando el viento cambia, lo que vuelve no es la magia: es el cepo.

 

 

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