La moda importada avanza y destruye trabajo local

El gasto de argentinos en indumentaria en el exterior y el crecimiento del sistema puerta a puerta marcan un récord histórico. La ropa importada gana espacio en Once y Avellaneda, desplazando producción nacional. El dólar atrasado y los beneficios fiscales para importar dan un golpe directo a una industria mano de obra intensiva.

Actualidad16/09/2025
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Entre enero y julio de 2025, los argentinos gastaron más de u$s2.196 millones en ropa en el exterior, un salto del 111% respecto al año pasado y por encima del récord de 2017. A eso se suma el boom del sistema puerta a puerta, que permite comprar prendas directamente a través de correos o couriers: las compras bajo este régimen crecieron un 258% en el semestre y ya suman u$s408 millones.

El fenómeno no es anecdótico: se siente en el corazón de la comercialización mayorista. En Once y Avellaneda, históricas zonas de la ropa nacional, crece la proporción de mercadería importada en los locales. El canal que durante años fue refugio de la producción textil argentina ahora está lleno de prendas de China, Taiwán y Turquía. Y el efecto es devastador para talleres locales que viven del volumen y de la mano de obra intensiva.

La llegada indirecta de gigantes como Shein o la penetración de marcas de fast fashion a precios imposibles de igualar muestra que el problema no es cultural, sino económico: con un dólar atrasado, menos aranceles y beneficios al puerta a puerta, importar es más barato que fabricar.

“Este año decidí no hacer bikinis porque cuesta el triple producirlas acá que traerlas de afuera”, explicó una emprendedora del sector. Otro dato confirma el desbalance: fabricar en un taller local tiene costos en pesos que no bajan con la misma velocidad que se aprecian las importaciones cuando el tipo de cambio oficial está planchado. La ecuación es letal: el consumidor encuentra más barato traer ropa del exterior y el fabricante argentino queda fuera de competencia.

 

El costo social: empleos que se esfuman

Según la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria, cada mes se pierden 1.500 empleos formales en el sector. No es menor: la cadena textil da trabajo a más de 540.000 familias en todo el país, una de las más intensivas en empleo de la economía. Mientras tanto, los datos de CAME muestran que las ventas minoristas pyme cayeron 2,2% en agosto y el rubro indumentaria se derrumbó 4,3% en un mes.

La discusión no es “importación sí o no”, sino condiciones de competencia. Hoy se importan prendas con aranceles más bajos, sin impuestos locales y con menos controles, mientras el productor nacional paga tarifas, impuestos y costos financieros altísimos. La cancha está inclinada: no hay productividad que resista si el Estado se convierte en promotor del consumo externo.

Realidad política detrás del consumo

El atraso cambiario siempre genera la misma postal: boom de viajes, récord de compras en el exterior y sustitución de producción local por importaciones. El Gobierno lo presenta como libertad de consumo, pero en la economía real significa talleres cerrados y empleos destruidos. Es el mismo libreto de los noventa: la moda global como símbolo de modernidad y la industria nacional convertida en daño colateral.

En términos económicos, sostener un dólar barato con reservas escasas es un lujo que se paga caro. Y en términos políticos, la destrucción de un sector que emplea a cientos de miles no es sostenible sin consecuencias sociales.

Los argentinos hoy viajan y compran como nunca. El puerta a puerta explota. Las marcas internacionales ganan espacio en barrios que eran bastión de la ropa nacional. El dólar atrasado hizo posible esa fiesta. Pero cada jean que entra más barato de China equivale a menos horas en un taller local.

El dilema es simple: se puede sostener el consumo importado unos meses, pero el costo estructural es una industria menos competitiva, menos empleos y más dependencia externa. La moda global parece barata, pero se paga con el trabajo argentino.

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