Milei busca oxígeno y Macri quiere el control para apoyarlo

A semanas de las legislativas, el Presidente reabrió el canal con Mauricio Macri y envió a Guillermo Francos a explorar un pacto. El PRO no negocia “a la baja”: si entra, manda; si no, será oposición plena tras octubre. En el medio, Karina Milei y Santiago Caputo traban la puerta. ¿Se puede gobernar un derrumbe?

Política29/09/2025
NOTA

Gobernabilidad en venta

 

Javier Milei entendió que sin una base política mínima no hay “equilibrio fiscal” que aguante. Por eso pidió a Guillermo Francos que oficie de correo con Mauricio Macri: café, lista corta y un paquete de nombres para Seguridad, Defensa y Justicia. El problema no es la aritmética de los cargos; es la física del poder. Macri no ofrece un salvavidas: ofrece un anclaje. Y el anclaje tiene cláusula de control.

 

Del lado libertario, el triángulo de hierro —Karina Milei y Santiago Caputo— rechaza la idea de cogobierno: abrir el gabinete es admitir fragilidad y perder la botonera de decisiones. Del lado del PRO, la consigna es clara: “no vinimos a sostener incendios ajenos”. Macri no quiere una foto; quiere palanca. Si entra, ordena. Si no, esperará el desgaste y marcará la cancha como oposición sin matices después del 27 de octubre.

 

La urgencia de Milei es real. El oficialismo llega a las legislativas con imagen en caída, derrota en Buenos Aires y tropiezos en el Congreso. El manual de campaña se achicó a un libreto: repetir equilibrio fiscal mientras la calle discute precios, paritarias y tarifazos. En ese vacío, Macri huele oportunidad. Sabe que cuando el humor social se quiebra, el que posa de “orden” cotiza más que el que promete “libertad”.

 

En paralelo, la ingeniería parlamentaria cruje. El PRO fue el sostén de las grandes leyes, pero la paciencia se agotó: vetos en cadena, promesas incumplidas a gobernadores y un Congreso que empieza a rebotar iniciativas clave. Ritondo contuvo lo que pudo; el resto del bloque se dispersa entre fastidio y cálculo.

 

El “plan Francos” intentó un puente exprés: nombres propios, garantías de cancha, calendario antes de octubre. Chocó contra dos murallas. La primera, Karina, que no entrega resortes políticos. La segunda, Caputo, que cuida el ecosistema de poder construido alrededor de la comunicación y la caja de decisiones. Sin concesión real, no hay trato. Sin trato, no hay gobernabilidad. Y sin gobernabilidad, el ajuste se queda sin narrativa.

 

En el PRO también hacen números. Macri resignó marca, color y candidaturas para acompañar a Milei en la boleta; a cambio recibió destrato y conflictos. Ahora redefine el vínculo: “oposición constructiva” en campaña y, tras el conteo, o conducción compartida o ruptura. No hay punto medio. Es la forma macrista de decir que la paciencia se terminó.

La discusión de fondo es más áspera que los cargos. ¿Se puede “dar gobernabilidad” a un derrumbe? Macri no quiere quedar pegado a un tablero que marca caída de actividad, pobreza en alza y conflicto social. Si acepta, exige tablero y reglas. Si lo dejan afuera, empuja el péndulo hacia una nueva arquitectura opositora con él de árbitro y Milei jugando con diez.

 

Milei, por su parte, probó el tono bajo. Cadena nacional de manual, Presupuesto 2026 como credo y menos estridencia. No alcanza. La rosca pide gestión y votos; el mercado, previsibilidad; los gobernadores, plata y reglas. Nada de eso se resuelve con un video. Se resuelve con una mesa política que hoy no existe.

 

En esa mesa, el PRO pone condiciones: ingreso a Seguridad, Defensa y Justicia para ordenar conflicto callejero, protocolo y articulación con fuerzas; blindaje jurídico para la agenda económica; y un “cuarto de máquinas” que deje de improvisar. A cambio, votos y músculo territorial. Traducido: el PRO administra y Milei firma. Demasiado precio para el orgullo libertario.

 

La semana postelectoral será bisturí. Si el resultado empeora el mapa —y Buenos Aires vuelve a golpear—, el margen de Milei se achica a dos movimientos: acuerdo con gobierno compartido o resistencia en minoría con un PRO decidido a volverse opositor pleno. En ambos casos, el liderazgo presidencial entra en zona de stress: con Macri, cede poder; sin Macri, cede aire pero quiere ser el dueño. 

 

 

 

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