George Orwell, el que gritó al silencio

El escritor que desenmascaró al poder con una prosa filosa y sin maquillaje nació un 25 de junio. Entre guerras, traiciones y palabras convertidas en trincheras, Orwell sigue vivo cada vez que el lenguaje se usa para mentir.

Cultura 07/07/2025
NOTA UNICA

George Orwell no fue solo un escritor lúcido: fue una alarma que nunca dejó de sonar. Un faro encendido cuando todo alrededor se llenaba de niebla y propaganda. Un tipo flaco, austero, con los pulmones rotos, que escribía como si cada palabra pudiera cambiar el mundo. Y lo hizo. Porque 1984 y Rebelión en la granja no fueron novelas: fueron advertencias. Manuales de supervivencia en tiempos donde decir la verdad duele más que callarla.

Nació Eric Arthur Blair, pero se rebautizó George Orwell. Como quien se cambia de piel para decir lo que tiene que decir. Fue policía del imperio en Birmania, mendigo en París, combatiente en la Guerra Civil Española, periodista sin bandera y crítico de todos los dogmas, incluso de los que abrazó. Si había una trinchera que valía la pena ocupar, era la de la conciencia.

Orwell entendió algo que todavía nos cuesta admitir: el lenguaje es el campo de batalla más sutil del poder. No se necesita represión cuando se controla el diccionario. No hace falta una dictadura si todos piensan lo mismo sin saber por qué. Por eso inventó términos como “neolengua” o “doblepensar”, para señalar cómo los gobiernos manipulan lo que se dice, se cree y hasta lo que se siente.

Hoy lo leemos en medio de algoritmos que saben más de nosotros que nosotros mismos, en gobiernos que cambian nombres a la pobreza o la represión como quien lava una pared con pintura fresca. Orwell lo anticipó todo. Sabía que el futuro no llegaría con botas, sino con pantallas. Que la vigilancia no necesitaría ojos, solo datos.

Pero ojo: no era un héroe blindado ni un mártir de pose. Era un hombre lleno de contradicciones. Tenía ideas de izquierda y gestos de aristócrata. Amaba a los animales pero cazaba para comer. Odiaba los eufemismos y escribía como quien pela fruta con navaja. Lo que le importaba era la claridad: que la verdad entrara directa como una cachetada, sin adornos.

Murió joven, enfermo de tuberculosis, con el cuerpo gastado pero la palabra intacta. Se fue sin premios, sin fama universal. Y sin embargo, cada vez que un político tergiversa, cada vez que una empresa dice “ajuste” en vez de “despido”, cada vez que una red social te da miedo en lugar de libertad, George Orwell revive.

Porque no dejó solo frases para tuitear. Dejó un mapa. Un espejo. Un susurro que grita: “Decir la verdad, incluso cuando todo el mundo miente, sigue siendo el acto más revolucionario de todos.”

Y en estos tiempos de fake news, de dobles discursos, de estados que te miran sin parpadear, su palabra es resistencia. Es glitter. Es fuego.

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