La cancelación como nuevo tribunal moral

Hace un tiempo que vengo sintiendo un nudo en la garganta cada vez que alguien es “cancelado” en redes. No porque me indigne la denuncia —muchas veces es válida, justa y necesaria— sino porque no deja espacio a nada más. No hay después. Solo hay castigo, expulsión, silencio.

Cultura 17/07/2025
NOTA

Por Camila Roncal (Subjetividad, vínculos y crítica cultural)

Y yo, que crecí creyendo que todo se puede hablar, que toda herida puede encontrar palabra, empiezo a sentir que estamos dejando de pensar.

La cancelación, como se practica hoy, no construye justicia. Construye miedo. El miedo a decir algo mal. A no estar “a la altura del momento histórico”. A pensar distinto. A preguntar. A equivocarse. A cambiar de idea. Y ese miedo no emancipa: paraliza.No estoy defendiendo el abuso de poder ni la impunidad de quienes dañan, aclaro por si hace falta. Lo que me pregunto es si este mecanismo de eliminación simbólica, de condena sin juicio, no se está volviendo también una forma de violencia. Una que actúa desde el lugar opuesto, pero con herramientas parecidas: escarnio, disciplinamiento, silencio.

Vivimos en un mundo que ya no tolera las contradicciones. Y sin embargo, lo humano es eso: contradicción, tránsito, sombra. Lo decía Byung-Chul Han: ya no se reprime, ahora se expone. Lo privado se volvió público. Lo íntimo, contenido viral. La red no perdona. No hay pausa para pensar.

Y entonces me angustio. Porque sé que muchos de los que cancelan hoy, fueron ayer personas heridas. Que están hartas de callarse, de ver cómo otros deciden por ellas. Pero también sé que cancelar no es lo mismo que transformar. Cancelar es amputar. Y transformar es procesar. Hablar. Escuchar. Escuchar incluso al que incomoda. Y eso, mi amor, hoy parece delito.

No puedo evitar pensar en Judith Butler, cuando advierte que incluso los discursos emancipatorios pueden volverse represivos si no habilitan el disenso. No lo digo para relativizar lo que duele. Lo digo porque si no hay matices, si todo es blanco o negro, si no hay lugar para la incomodidad del otro, entonces solo estamos cambiando de inquisición.

No quiero una cultura del miedo. Quiero una cultura del conflicto fértil. De las discusiones reales. De las verdades parciales puestas en diálogo. Quiero el derecho a repensarme. Quiero el derecho de todos a la posibilidad de cambiar.

La justicia no es linchamiento. No es escrachar y borrar. Es mirar de frente, con dolor si hace falta, pero con humanidad. Y con la humildad de saber que nadie tiene la verdad completa. Que estamos todos rotos, todos aprendiendo, todos intentando hacer lo mejor con lo que nos dieron. No tiro la toalla. Pero tampoco quiero levantar una piedra.

 

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