El cierre de listas que confirmó conducción real

Las tensas negociaciones del peronismo bonaerense casi terminan en ruptura, pero dejaron algo claro: Axel Kicillof impuso el ritmo y los nombres. La Cámpora, el massismo y los intendentes jugaron fuerte, pero el gobernador mostró que no solo gestiona la Provincia: también la conduce.

Política22/07/2025
nita

Hay una regla no escrita en la política: quien pone las cabezas, conduce. Y si algo dejó en evidencia el cierre de listas del peronismo en la provincia de Buenos Aires es que Axel Kicillof ya no es solo un gobernador popular. Es un jugador de poder. De esos que pisan fuerte en la mesa y logran lo que se proponen. Incluso cuando la mesa tiembla.

Fueron horas de tensión, de amenazas veladas y listas cortas listas para despegar. Pero la boleta de unidad llegó. Tarde, con cortes de luz, apoderados al borde del infarto y una justicia electoral que hizo lo que pudo. El peronismo volvió a la vida justo cuando todos creían que se rompía. Y en ese parto con forceps, el que salió fortalecido fue él: Axel, el que se plantó.

Porque mientras La Cámpora mascullaba bronca, Cristina dudaba, y Massa intentaba tejer su lugar, el gobernador bonaerense exigía. Y no cualquier cosa: puso a Verónica Magario y Gabriel Katopodis a encabezar las secciones más calientes del conurbano. Dos figuras de su riñón. Dos señales de que el control territorial y simbólico de Buenos Aires ya no pasa solo por los nombres históricos. Pasa por su lapicera.

 

Una danza de cuchillos con final feliz

Las negociaciones arrancaron con un pedido claro: Kicillof quería el 50% de las listas. Y si no, listas cortas. Así de simple. Así de directo. Una jugada que amenazaba con implosionar Fuerza Patria, pero que escondía otra cosa: una advertencia realista. Si el gobernador no tenía volumen en la representación legislativa, su rol quedaba reducido a un gestor sin poder político. Y eso, en medio de un ajuste brutal desde Nación, era inviable.

La Cámpora no se lo hizo fácil. Máximo Kirchner activó el modo espejo: si Axel armaba sin ellos, ellos armaban sin Axel. Una guerra fría que por momentos rozó la ruptura, pero que tenía más de coreografía que de convicción. Porque nadie quiere romper cuando hay elecciones en puerta. Y todos sabían que si el conurbano no iba unificado, ganaba Milei hasta en La Matanza.

Fue entonces cuando Cristina tuvo que intervenir. Y ceder. A regañadientes, sí. Pero cedió. Axel no se movió un centímetro. Argumentó con números, con encuestas, con imagen positiva. Pero, sobre todo, con la lógica del que gobierna todos los días una provincia ingobernable. Porque gestionar Buenos Aires no es una metáfora. Es un campo minado con 135 intendentes, todos con sus urgencias, sus reclamos y sus facturas.

La jugada se completó con las demás secciones: el gobernador se quedó con tres de las ocho cabezas de lista. El kirchnerismo se llevó cinco. Pero la noticia no fue el reparto. Fue quién puso los términos.

La lapicera cambió de mano (aunque no se diga)

Detrás del acuerdo, hay algo que nadie dice en voz alta, pero todos saben: la conducción real del peronismo bonaerense ya no pasa por La Cámpora ni por el Instituto Patria. Pasa por la calle 6, por la Gobernación, por el despacho de Kicillof. Porque en política, lo simbólico importa, pero el que resuelve el día a día gana otra estatura.

El cierre de listas fue una prueba de fuego para esa autoridad. Y Axel la superó. No solo por los nombres que impuso, sino por la forma en que lo hizo. Con firmeza, sin gritar, sin sobreactuar. Lo escucharon porque lo necesitaban. Porque sin su gestión, sin su estructura, sin sus votos, no hay milagro electoral posible en territorio bonaerense.

El cierre no dejó a todos felices. Ferraresi y Secco estaban furiosos. Los halcones del MDF querían romper. El Frente Renovador peleó sus lugares con uñas y dientes. La Cámpora, acostumbrada a llevarse todo, se tuvo que contentar con lo justo. Pero el peronismo cerró filas. Porque entendieron que el fuego amigo, esta vez, podía prender todo.

El peronismo bonaerense volvió a hacer lo que mejor le sale: llegar al borde del abismo, mirar al fondo, y retroceder a último momento. Pero lo que dejó este cierre no es solo un acuerdo de listas. Es una señal de reconfiguración del poder interno. Axel Kicillof ya no es el economista que cayó en la política por accidente. Es el gobernador que manda, que exige y que decide.

No necesita gritar ni armar shows. Le alcanza con mostrar gestión. Con tener el respaldo de los intendentes. Con sostener la provincia más compleja del país en medio del ajuste libertario. Y ahora también, con demostrar que sabe jugar en la rosca.

La Cámpora deberá acostumbrarse a compartir. Massa entendió que el futuro se construye desde el territorio. Y Cristina, que aún con todo su peso simbólico, el tiempo de las decisiones unilaterales ya pasó.

El cierre de listas dejó heridos, sí. Pero también dejó un dato que todos anotaron: el peronismo bonaerense tiene conductor. No necesita decirlo. Lo demuestra. Y eso, en este tiempo de crisis, vale más que mil spots.

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