Un monoambiente a USD385 y la clase media en caída libre

Los precios de los alquileres muestran cómo el modelo económico actual solo beneficia a los sectores altos, mientras la clase media baja se desliza hacia la pobreza. Cada vez menos se sostienen como “clase media” y la mayoría sobrevive con orgullo herido.

Actualidad17/08/2025
NOTA

Lo que el modelo no puede ocultar

 

En agosto, alquilar un monoambiente en la Ciudad de Buenos Aires cuesta en promedio $500.000. Un salario mínimo, de $322.000, apenas cubre el 64% de ese gasto. Y a esa cifra hay que sumarle expensas que ya representan casi un cuarto del alquiler. El dato no es solo una estadística inmobiliaria: es la radiografía de cómo funciona la economía política en la Argentina de Milei.

 

Los alquileres crecieron hasta 80% en lo que va del año, muy por encima de la inflación oficial. No hay mercado libre perfecto: hay propietarios dolarizados, inquilinos pesificados y un Estado que decidió retirarse. El resultado es que la vivienda se volvió un privilegio. Y lo que revela esta brecha no es solo un problema habitacional, sino la fractura interna de la clase media argentina.

Una clase media que ya no es una

 

El 74% de los argentinos sigue creyéndose de clase media. Pero cuando se cruzan ingresos y consumos, apenas el 47% califica. El resto cayó en la pobreza o vive en un limbo: familias que pagan alquileres impagables, ajustan con segundas marcas, frenan gastos básicos y aun así insisten en que “siguen siendo de clase media”.

 

La paradoja es política: ese mismo sector, roto por dentro, sigue respaldando un modelo económico que lo empobrece. Orgullo, identidad cultural, rechazo a “parecer pobre”: todo eso explica que la clase media baja apoye ajustes que no le convienen. Mientras tanto, la clase media alta y la alta, dolarizadas, aprovechan el modelo: viajan, atesoran en divisa fuerte y compran inmuebles para ponerlos en alquiler.

 

Alquileres, consumo y la grieta dentro de la grieta

 

Los alquileres son solo el botón de muestra. El consumo confirma la división: mientras los segmentos bajos restringen gastos esenciales, los sectores altos expanden compras en dólares, turismo y ahorro financiero. El país se parte en dos velocidades: una Argentina pesificada y cada vez más pobre, y otra dolarizada, pequeña, que sostiene el discurso oficial porque gana con él.

 

El corredor productivo que va de Buenos Aires a Córdoba concentra 86% de la población y sigue siendo el corazón de esta clase media en disputa. Allí se juega la política y la economía. Y allí, en la cotidianeidad de pagar alquiler, supermercado o servicios, se entiende que el modelo no redistribuye: concentra.

La política del orgullo

 

El modelo actual funciona porque juega con esa identidad cultural. En la Argentina, ser clase media es más que un ingreso: es una manera de estar en el mundo. Es creer que “no soy pobre” aunque los números digan lo contrario. Ese orgullo sostiene gobiernos que los empobrecen.

 

La desregulación de los alquileres muestra la crudeza: mientras propietarios y sectores altos dolarizan rentas, el resto ajusta hasta en los cumpleaños. Ya no hay disimulo. En los 90 la clase media escondía la pobreza con primeras marcas en la mesa del domingo. Hoy no. Hoy se asume el ajuste, se comparte, se padece, y se sigue votando a un modelo que promete libertad pero entrega desigualdad.

 

La Argentina de hoy no discute solo precios de alquiler o inflación: discute qué significa ser clase media. La mitad de quienes se perciben como tales ya no lo son. Y mientras tanto, los sectores altos se fortalecen con un modelo que los favorece.

 

El alquiler de un monoambiente a $500.000 es más que un número: es el símbolo de una fractura social. Una clase media partida entre pocos que siguen siéndolo y muchos que ya cayeron, pero se resisten a admitirlo. En esa tensión, entre la identidad y la economía real, se juega el futuro político del país.

 

 

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