Asesinato en Lomas de Zamora: cayó el último prófugo del crimen de Candela Azoya

Juan Ariel Resquín, de 39 años, estaba prófugo por el femicidio de la adolescente Candela Azoya, asesinada y calcinada en noviembre de 2024 en Lomas de Zamora. Lo atraparon en un refugio de González Catán.

Policiales28/08/2025
NOTA

El caso de Candela Azoya es de esos que perforan la memoria colectiva del conurbano. Una chica de 17 años desaparecida, un barrio movilizado y un hallazgo brutal: restos calcinados en un basural a la vera de las vías, apenas dos días después de que se la hubiera visto con vida por última vez. Ese fue el punto de partida de una investigación que se ramificó en silencios, vínculos familiares y una violencia extrema que todavía retumba en Lomas de Zamora.

Este martes, a casi nueve meses del crimen, cayó el último prófugo de la causa. Se trata de Juan Ariel Resquín, argentino, 39 años, señalado como el principal sospechoso del femicidio. Lo encontraron en el barrio 25 de Mayo de González Catán, escondido en el refugio “Familia Grande – Hogar de Cristo”, un espacio que suele recibir a quienes no tienen a dónde ir. Allí intentaba pasar desapercibido hasta que la policía federal lo ubicó.

El operativo no fue limpio ni fácil. Cuando la brigada entró, Resquín reaccionó con una pala de punta, intentando resistirse. Hubo un forcejeo violento: incluso trató de arrebatarle la pistola a uno de los agentes. En ese descontrol, se disparó un tiro que le atravesó la mano derecha. Herido y esposado, lo trasladaron al hospital Simplemente Evita. Desde allí fue derivado a disposición de la Unidad Funcional de Instrucción N°12 de Lomas de Zamora, con una imputación doble: homicidio agravado por el concurso de dos o más personas y femicidio.

La detención cierra un capítulo, pero no el libro. En diciembre del año pasado ya había sido apresado un hombre de 42 años, primo de Candela, sorprendido en la estación Constitución. A eso se sumó la detención del hermano de Resquín, involucrado en la trama de encubrimiento. Tres nombres, un mismo círculo de violencia donde se mezclan lazos familiares y complicidades de barrio.

El crimen de Candela tuvo un nivel de crueldad que lo convirtió en símbolo. No solo la asesinaron: la descuartizaron y la prendieron fuego. Una parte de su cuerpo fue hallada por vecinos en un basural, en inmediaciones del ramal Temperley–Haedo, el 29 de noviembre de 2024. Esa imagen heló al barrio y multiplicó las preguntas: ¿cómo se llega a semejante ensañamiento? ¿Qué silencios sostienen un crimen así?

La Justicia, como siempre, avanza a su ritmo. Con las detenciones logradas, la instrucción penal sigue en manos de la UFI 12 de Lomas de Zamora. Pero las demoras y las filtraciones ya encendieron críticas. El expediente desnuda las falencias habituales: tiempos lentos, medidas fragmentadas, la dificultad de proteger a familias que, además de llorar a sus hijas, tienen que sobrevivir al morbo mediático y a la burocracia judicial.

La mecánica de la violencia del GBA

El caso también expone cómo operan las violencias en el conurbano. Familias atravesadas por la precariedad, jóvenes en situaciones de vulnerabilidad extrema y un sistema que solo aparece cuando todo ya estalló. Candela no es una excepción: su nombre se suma a la lista larga y dolorosa de adolescentes víctimas de femicidios donde se entrecruzan la pobreza estructural, los vínculos dañados y la falta de políticas preventivas reales.

Hoy la noticia es la captura del prófugo. Pero la reflexión va más allá. No se trata solo de completar una grilla judicial con detenidos. Se trata de entender qué hay detrás de cada caso: cómo la violencia de género no es un hecho aislado sino un patrón que se repite, y cómo la Justicia, aun con operativos espectaculares, llega tarde para quienes más necesitan protección.

Candela tenía 17 años y sueños que quedaron truncos en un basural de Lomas. Su historia no se mide en detenciones, sino en la deuda de un Estado que no logra frenar la espiral de femicidios. Resquín ya está preso, su hermano y el primo de la víctima también. Pero el barrio sabe que la justicia real no se escribe en expedientes: se mide en la posibilidad de que ninguna otra piba vuelva a desaparecer para terminar convertida en noticia policial.

 

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