Crimen de León: Fiscalía pidió Perpetua para su madre y padrastro

Yésica Aquino y Roberto Fernández enfrentan el veredicto por la muerte de su hijo de 18 meses. La fiscalía pidió reclusión perpetua por homicidio agravado con alevosía y ensañamiento. El expediente reúne pericias, testimonios y marcas de un calvario sostenido.

Policiales01/09/2025
NOTA

El horrendo caso tuvo lugar en 2021 en Berazategui

 

El invierno todavía muerde cuando el Tribunal Oral N°1 de Quilmes abre sus puertas. Adentro, la escena es sobria y pesada: carpetas grises, profesionales que no levantan la voz, familiares que aprietan la fe en los nudillos. 

 

Se juzga la muerte de León Ehydrian Aquino, un bebé de 18 meses que, según la acusación, vivió entre golpes, mordidas y pinchazos. La fiscalía pidió reclusión perpetua para su madre, Yésica Aquino (36), y para su padrastro, Roberto Fernández (31), por homicidio agravado por alevosía y ensañamiento; en el caso de ella, además, por el vínculo. La palabra “tortura” no está en el código como figura autónoma, pero vibra en cada prueba incorporada al debate.

 

La casa, el hospital, la aguja

 

La historia se reconstruye entre Villa Mitre, un barrio con calles que conocen la pobreza de memoria, y el Hospital El Cruce de Florencio Varela, donde llegó León con lesiones que ningún juego explica. 

 

Días después, 23 de septiembre de 2021, el bebé murió. La autopsia y los informes médicos dan el andamiaje técnico de una verdad dura: hematomas recientes y antiguos, mordeduras compatibles con la arcada de la madre, pinchazos en manos y pies, y el hallazgo que hiela a cualquiera: una aguja de tejer oxidada, de unos 2,5 cm, clavada en la espalda, alojada por semanas, con infección extendida. La fiscalía lo graficó así: “un sufrimiento innecesario y continuo”. No fue un arrebato ni un mal día: fue un régimen.

 

El expediente sumó declaraciones en Cámara Gesell de dos hermanitos —uno no pudo hablar por bloqueo emocional—, además de testimonios de vecinos y tías sobre gritos, golpes, castigos y prácticas que en cualquier barrio son sinónimo de horror: agua fría como penitencia, pimienta en la comida, horas mojado frente a una ventana de invierno, caminos de pan en la cuna para atraer hormigas. Los peritos secuestraron dibujos infantiles que trazan siluetas con “pinches” rodeando a un cuerpo más chico. No hace falta ser criminóloga para entender qué cuentan esos trazos.

 

La sala, las palabras y la negación

 

En la última audiencia antes del cuarto intermedio, Aquino pidió hablar. Dijo: “Amo a mis hijos. No fui una buena madre, hice lo que pude. No busqué la muerte de uno de ellos”. Sobre las mordidas, ensayó una explicación: alcohol, juegos “más fuertes”, un exceso. Fernández también negó: “No soy el monstruo que dicen. Nunca maltraté a los chicos”. Ambos evitarán estar presentes cuando se lea el veredicto. 

 

El contraste con el expediente es brutal: de un lado, una defensa apoyada en la negación y en el borroneo del dolo; del otro, una línea probatoria consistente que muestra un patrón de violencia y una estructura de dominio sobre un bebé.

 

El juicio, la prueba y lo que se juzga en serio

 

En los tribunales del conurbano, los juicios por violencia extrema contra niños cargan con una responsabilidad doble: hacer justicia por la víctima y marcar un estándar de protección para quienes hoy viven situaciones de riesgo. En esta causa, la cadena de prueba sostiene que León fue sometido a agresiones sistemáticas: golpes, mordidas, pinchazos. La aguja clavada por semanas es un ícono forense: no hay juego ni descuido que lo explique.

El debate también exhibe otra capa: el entorno sabía. 

 

No siempre fue por indiferencia; muchas veces fue por miedo, por costumbre, por esa pedagogía del dolor que la pobreza enseña y reproduce. Hubo denuncias familiares, alertas de vecinos, intervenciones que llegaron tarde o no se sostuvieron. Lo cual no atenúa responsabilidades penales; las agrava: en una casa con seis niños, el Estado debió haber sonado la alarma antes. Después de la muerte, los hermanos fueron separados y repartidos entre familiares y hogares de abrigo. Es la intervención que salva, pero llega como ambulancia después del choque.

 

Villa Mitre, la Justicia y el espejo

 

No hace falta estetizar el horror para entenderlo. Villa Mitre no es un monstruo, es un barrio. Con hambre, changas, violencia naturalizada y mujeres que crían en soledad. La responsabilidad penal —si el tribunal la confirma— será de dos adultos. Pero la responsabilidad social es mayor: no podemos dejar que el único Estado que llegue sea el del hospital y el juez. Entre un pediatra ausente y una salita saturada, entre una denuncia que no prospera y un servicio local que no da abasto, se pierde tiempo. Y el tiempo, para un bebé, es vida.

 

La fiscalía pidió perpetua. No por venganza: por tipicidad, por prueba, por protección. El Derecho tiene nombres fríos —alevosía, ensañamiento, vínculo— para decir cosas que el cuerpo entiende antes: León no tuvo cómo defenderse. Lo que este juicio deje escrito será más que una condena o una absolución; será un mensaje sobre cuánto vale la vida de los pibes pobres cuando su dolor no entra en el prime time.

 

Crónica de un final anunciado

 

En Berazategui la gente se saluda por la vereda y se entera por WhatsApp. El nombre de León ya dejó de ser un rumor. En la puerta del tribunal se mezclan angustia y bronca. Ayelén, la tía que empujó denuncias cuando casi nadie quería mirar, pide lo que cualquier comunidad pediría: memoria y condena. No hay épica posible acá; hay dolor con DNI y un expediente que, si hace lo que debe, puede poner un límite donde no lo hubo.

 

El veredicto tiene fecha: 4 de septiembre al mediodía. Será la hora exacta en la que el Estado diga si cree —de verdad— que a León lo mató un régimen de torturas sostenidas. Será, también, una oportunidad para algo más grande: no romantizar la pobreza, no criminalizar el barrio, no excusar la violencia. Y, sobre todo, llenar de Estado preventivo los lugares donde hoy solo llegan el patrullero y la morgue.

 

La crónica cierra con una idea simple: un bebé no puede esperar. Si la Justicia confirma la perpetua, no será la reparación del daño —eso es imposible—, pero sí un corte nítido frente a la barbarie. Después, lo que nos toque como comunidad es no acostumbrarnos nunca más a que un dibujo con “pinches” sea la única voz que dice la verdad.

 

La pericia forense acreditó lesiones de vieja data y una aguja oxidada alojada por semanas, compatible con infección generalizada: signos de ensañamiento.

 

 

 

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