Argentina, peón del tablero de los negocios entre China y EEUU

El Gobierno desactivó proyectos con China y profundizó su alineamiento con Donald Trump. La ruptura fue celebrada por Washington, pero en el fondo Estados Unidos y el gigante asiático ya sellan un nuevo equilibrio global. Milei cree estar eligiendo bando; en realidad, sólo fue incorporado al tablero.

Política04/11/2025
NOTA

Fue el último hilo que unía a Javier Milei con China, y en el lenguaje del poder, los hilos incómodos se cortan antes de que se enreden. Su salida, cinco días después de la victoria electoral de La Libertad Avanza, fue el gesto que la administración Trump esperaba para cobrar el apoyo financiero y político que sostuvo a la Argentina durante la campaña.

Francos era el traductor del gobierno argentino ante Beijing: había tenido más de cincuenta reuniones con funcionarios chinos, operadores energéticos y bancos de inversión. Con él cayeron no solo los proyectos de infraestructura en Santa Cruz, sino también la red de cooperación científica entre el CONICET y la Academia de Ciencias de China. El mensaje fue claro: Milei cambió de tutor.

 

De la seda al águila

El alineamiento con Estados Unidos es, en la práctica, total. Desde Washington llegaron los aplausos, las líneas de crédito y los llamados “amigables” del Tesoro norteamericano. Desde Buenos Aires partieron las órdenes: suspender la instalación del radiotelescopio chino en San Juan, bloquear en Aduana los equipos enviados desde Beijing y no renovar los convenios bilaterales con universidades argentinas.

 

El operativo fue rápido y quirúrgico.

La decisión impactó de lleno en las provincias. Santa Cruz, que había reactivado la obra de las represas con la UTE integrada por Gezhouba Group, Eling Energía e Hidrocuyo, quedó en pausa. Miles de empleos suspendidos y gobernadores que miran al cielo buscando señales del nuevo orden. En la Casa Rosada no hay culpa, sólo cálculo: quien define la agenda externa, define la estabilidad interna. En paralelo, el proyecto del radar en El Leoncito, San Juan, fue desactivado.

China pretendía instalar allí el segundo radiotelescopio de su red hemisférica —el primero funciona en Neuquén, con acceso limitado para científicos locales—. La obra, de más de 350 millones de dólares, ya tenía materiales en tránsito. Los contenedores quedaron varados y el argumento oficial fue “irregularidades técnicas”. En lenguaje diplomático, eso significa “orden política”.

Pero la jugada tiene más de simbólica que de estructural. China no se escandaliza: mantiene superávit comercial, controla flujos logísticos y observa con paciencia oriental cómo el nuevo gobierno argentino se desvive por agradar a la Casa Blanca.

 

La gobernabilidad también se importa

Eligió un amo, convencido de que ser útil es más rentable que ser soberano. Y, por ahora, el negocio le cierra. Desde que selló su alianza con Trump, los mercados lo premiaron, los gobernadores bajaron el tono y los organismos multilaterales suavizaron la letra chica. La gobernabilidad se volvió importada, con manual de instrucciones norteamericano.

Francos fue el costo colateral de ese pacto. Su perfil dialoguista con Oriente chocaba con el dogma libertario-republicano que se impuso en la mesa chica. En su lugar quedaron funcionarios que hablan inglés financiero y geopolítica de think tank: son los que traducen las prioridades del Tesoro norteamericano a la jerga criolla.

Durante el kirchnerismo, la cooperación científica con China era vendida como “autonomía tecnológica”. Hoy, el mismo instrumento es denunciado como amenaza de “uso dual” —civil y militar—. Nada cambió en el radar: cambió quién dicta el relato. Mientras tanto, Trump sube la apuesta. En su red Truth Social, publicó: “El G2 se reunirá pronto.”

El concepto —Grupo de los Dos— implica aceptar que Estados Unidos y China son pares estratégicos. En otras palabras, que el mundo volvió a tener dos imperios y todos los demás orbitan según la gravedad de esos planetas.

En ese esquema, Argentina no juega en primera: apenas es una ficha que sube de precio cuando las superpotencias discuten el tablero.

El G2 como manual de realismo

Para Washington, incorporar a la Argentina a su esfera es una forma de elevar su poder de negociación con China. Cada país que se aleja de Beijing y se acerca al águila refuerza el argumento estadounidense de liderazgo hemisférico.

Para Milei, la ecuación también cierra: refuerza su vínculo con Trump y consolida su narrativa de “revolución liberal” bajo el paraguas del poder real. El resultado electoral lo respalda: gobernabilidad asegurada, oposición en repliegue y una diplomacia de gratitud.

El comercio bilateral con China sigue siendo favorable al Dragón, y las importaciones argentinas de tecnología, insumos y maquinaria dependen del gigante asiático. Por eso Beijing no dramatiza: espera que, cuando el G2 se consolide formalmente, la directiva baje desde arriba. Cuando Trump y Xi acuerden, Milei reabrirá el grifo. No por convicción, sino por obediencia.

Entre tanto, los discursos sobre soberanía y valores occidentales llenan los noticieros. Pero en los despachos del poder la frase que circula es otra: “El dragón no se ofende, sólo calcula.”

 

Un tablero de intereses

El nuevo orden no se parece a la guerra fría, sino a una sociedad anónima global. Estados Unidos y China compiten de día y se coordinan de noche. Se reparten zonas de influencia, recursos y mercados. Y en ese esquema, América del Sur funciona como terreno de ensayo: un espacio donde cada país ofrece su estabilidad a cambio de protección. Argentina, con Milei, eligió ser activo de cartera: una ficha que cotiza según su docilidad.

La Casa Rosada no busca independencia, busca pertenecer al círculo de confianza de Washington. Y si para lograrlo hay que congelar acuerdos con China, perder empleos en Santa Cruz o desactivar radares en San Juan, se paga el precio. El riesgo, como siempre, es creer que la obediencia es estrategia.

Porque mientras el Gobierno se exhibe como aliado incondicional de Estados Unidos, el propio Trump habla de un “mundo G2”. Un mundo donde las decisiones se toman entre dos y el resto asiente. Milei festeja un supuesto privilegio: ser el alumno preferido. Pero, en realidad, sólo está cumpliendo el rol que el realismo político le asignó: el de peón leal en una partida de gigantes.

China no se ofende, Trump no improvisa y Milei no gobierna el tablero: lo ocupa.

El día que el G2 reparta las cartas, Argentina volverá a ser la mesa donde se firman los acuerdos que otros deciden.

Por ahora, el presidente celebra su alineamiento como si fuera ideología.

Pero en la política internacional —como en la rosca doméstica— la lealtad se premia hasta que deja de ser útil.

El mensaje a Washington fue transparente: la Argentina ya no es zona gris.

 

 

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