Dormir con luz daña el corazón

Nuevas investigaciones muestran que la luz artificial nocturna altera nuestro reloj interno y aumenta el riesgo de enfermedades cardíacas y metabólicas.

Actualidad11/12/2025
nota

Un fenómeno biológico que nos afecta

 

Imaginá esto: estás durmiendo, el cuarto parece tranquilo, pero una luz que ni registrás -la del edificio de enfrente, el televisor en espera, una lamparita del pasillo- está trabajando en tu contra. No te despierta. No molesta. Pero actúa. ¿Cómo puede algo tan débil modificar tu corazón, tu metabolismo y tu salud a largo plazo? Esa es la pregunta que un grupo de científicos decidió responder, y las conclusiones sorprenden incluso a expertos en medicina del sueño.

Un estudio enorme, basado en casi 90 mil personas del Biobanco del Reino Unido, detectó algo tan simple como inquietante: quienes duermen en ambientes más iluminados tienen más riesgo de sufrir enfermedades cardíacas, infartos, fibrilación auricular y accidentes cerebrovasculares. Y no es porque duerman menos. Aunque los investigadores ajustaron todos los factores imaginables, la luz siguió siendo un predictor independiente de problemas cardiovasculares. “El riesgo aumentaba cuanto más brillantes eran las noches”, explican.

Otros trabajos, como los de la neuróloga Phyllis Zee en Estados Unidos, ya habían marcado esta tendencia. Sus experimentos mostraron que incluso una luz suave -algo así como el pasillo tenue de un hotel- mantiene la frecuencia cardíaca alta y obliga al páncreas a esforzarse para regular la glucosa. No lo sentimos, pero es como si el cuerpo estuviera en un falso estado de alerta. Una especie de vigilia biológica que nadie pidió.

¿Por qué sucede esto? En gran parte, por nuestro reloj circadiano: ese sistema interno que regula cuándo dormimos, cuándo comemos, cómo se activa el metabolismo y hasta qué hormonas produce el cuerpo. La melatonina, protagonista de estas funciones, necesita oscuridad para aparecer en escena. Pero la vida moderna le complica el trabajo. “La iluminación eléctrica es totalmente aberrante para nuestra biología”, explican los investigadores. Y no exageran. La humanidad pasó milenios guiada por el sol, la luna y el fuego. En apenas un siglo, sumamos luces tan potentes que confundimos al organismo, que interpreta esa claridad como “día”.

Es un desajuste profundo entre lo que somos y cómo vivimos. Dormimos con luz nocturna miles de veces más brillante que la que existió en toda nuestra evolución. Y durante el día, paradójicamente, recibimos muy poca luz solar. Ese combo -mucha luz cuando tendríamos que descansar, poca luz cuando deberíamos estar activos- altera la química interna y los ciclos que sostienen 

salud y equilibrio.

 

¿Qué podemos hacer sin mudarnos a una cueva?

Por suerte, la ciencia no se queda solo en las alarmas. Investigadores como Kenji Obayashi señalan que pequeñas intervenciones pueden hacer una diferencia real. Antifaces, cortinas opacas, persianas que bloqueen la luz exterior y la costumbre de apagar pantallas antes de dormir son medidas con impacto demostrado. No necesitamos oscuridad absoluta tipo laboratorio, pero sí un ambiente donde la luz no interrumpa el trabajo nocturno del cuerpo.

La evidencia todavía crece. Los estudios más grandes midieron solo una noche o una semana de exposición, pero la consistencia de los resultados preocupa a la comunidad científica. Si algo aparece una y otra vez, en distintos países y metodologías, es porque probablemente estemos frente a un fenómeno global: la luz artificial como nuevo factor de riesgo para el corazón y el metabolismo.

 

 

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