¿Es amar el trabajo una anestesia social?

Trabaja de lo que te gusta y no trabajarás ni un día de tu vida», dice una frase popular. Pero Sarah Jaffe contesta que es mentira. La escritora y periodista estadounidense lleva años especializándose en la lucha laboral y el poder político.

Cultura 22/11/2024
NOTA ANALISIS

La analista explora cómo el trabajo afecta nuestra vida diaria y nuestras formas de comprender la vida humana. Ha trabajado en medios como el The New York Times, The Guardian, y The Nation, y también ha sido camarera, mecánica de bicicletas y consultora de redes sociales, ha limpiado basura, ha servido helados y ha explicado el comunismo soviético a alumnos de secundaria. Ahora destina su tiempo laboral a su columna en The Progressive y copresenta los podcasts Belabored y Heart Reacts. Su libro Trabajar: un amor no correspondido (Capitán Swing) acaba de ser traducido al español.

¿Por qué hacer un paralelismo entre la relación que tenemos con nuestro trabajo y el amor? ¿Piensas que hay personas que realmente aman su trabajo?

Desde que era niña, siempre escuchaba lo mismo: «¿Qué quieres hacer? ¿Cuál es el trabajo de tus sueños? ¿Qué es lo que amas hacer?». Me decían que si encontraba algo que amara, no tendría que trabajar ni un día de mi vida. Pero todo eso resultó ser una gran mentira. Durante la mayor parte de mi vida, creí en esa idea y trabajé muy duro. Me esforcé hasta conseguir uno de esos «trabajos soñados»… pero seguía sin tener suficiente dinero y, para colmo, aún tenía que pagar a colaboradores. El trato de la gente no era el mejor, y mi día a día consistía en hablar con otras personas sobre sus trabajos y sus luchas. Escuchaba historias de personas que, como yo, amaban lo que hacían, pero se sentían atrapadas: «Trabajo 80 horas a la semana», o «mi jefe me acosa», o «amo mi trabajo, pero no puedo pagar el alquiler». Al final, empecé a cuestionarme si nos enseñan a amar nuestro trabajo como un tipo de anestesia, como si ese amor al trabajo debiera ser suficiente, un sustituto de algo más profundo y esencial que nos falta.

¿Es trabajar, entonces, una relación romántica tóxica?

Oh, sí [risas]. Por supuesto. Nos enseñan a darlo todo en el trabajo sin esperar nada a cambio y a mantener el empleo a toda costa, sin límites ni fronteras, porque supuestamente lo amamos. Pero, si estuviéramos en una relación amorosa sin límites con nuestro trabajo, como si fuera un humano, la mayoría de nuestros amigos nos dirían que rompamos con esa persona. Esa dinámica es tóxica en cualquier relación, y en el entorno laboral resulta aún más insana porque, en realidad, no tenemos una libertad auténtica, una libertad real de elección. Trabajamos para poder comer y tener un techo sobre nuestras cabezas; no es una decisión libre que tomamos por pura emoción o entusiasmo. La realidad es que todos debemos escoger algo, y muchas personas ni siquiera pueden escoger. La idea de que deberíamos amar nuestro trabajo parece cubrir el hecho de que, en el fondo, no tenemos tantas opciones como creemos.

¿Qué impacto crees que tiene esta cultura laboral en nuestra salud mental y en nuestra percepción de los límites entre el trabajo y la vida personal?

Esta mentalidad hace casi imposible poner límites: «Amamos lo que hacemos, seguiremos haciéndolo, todo es maravilloso, ¿de qué te quejas?». Nos inculcan esa necesidad de buscar aprobación y entrega total en el trabajo, cuando, en realidad, el entorno laboral es incapaz de satisfacer nuestras verdaderas necesidades. Al final, nos esforzamos al máximo para que otros generen más dinero. Es una receta para el agotamiento: incluso si tienes un jefe amable, su mayor preocupación siempre será el dinero. A menos que trabajes en una organización sin ánimo de lucro, eso seguirá siendo el centro de todo. Así, nos encontramos atrapados en una dinámica interminable en la que debemos amar nuestro trabajo intensamente solo para conservarlo. Esto crea una relación unilateral que nos empuja a aceptar situaciones difíciles en distintos empleos: arriesgamos nuestra salud, trabajamos demasiado, soportamos acoso sexual o abuso en el entorno laboral… porque se supone que lo amamos y que debemos aguantar, por más difícil que sea. Es una mentira dulce que funciona, pero al final es una mentira creada para el beneficio del jefe.

En tu opinión, ¿qué papel juega la popularización de frases como «haz lo que te gusta y nunca trabajarás un día de tu vida» en el fomento de esta dinámica laboral?

Es una mentira, así de simple. No es verdad. En realidad, a veces amar tu trabajo puede ser una experiencia realmente miserable. Y esta idea de que el trabajo no es realmente «trabajo» trae consigo la justificación para pagarte menos, para no compensarte las horas extra si te quedas hasta tarde. Todo esto sucede cuando existe una narrativa sobre el trabajo que no refleja lo que realmente es. Si el trabajo no es realmente «trabajo», entonces no necesitas un sindicato. Los sindicatos no son para personas que «aman su trabajo». Esta idea beneficia al empleador: esa historia puede ayudarnos a sobrellevar el día, pero no mejora nuestras vidas.

¿Cómo explicas que en algunas industrias, especialmente las creativas o sociales, se acepte e incluso se espere que las personas trabajen gratis o bajo condiciones precarias «por amor al arte»?

Trabajo de esperanza (hope labour, en inglés). Esta idea, desarrollada por los académicos Kuhn y Corrigan, define el trabajo que realizamos con la esperanza de que, algún día, alguien nos pague por hacerlo de manera formal. Es el trabajo que hacemos esperando ser contratados para hacerlo «de verdad». Es como la noche de micrófono abierto para un músico, donde toca con la esperanza de que alguien lo escuche y lo contrate para un concierto. O como un actor en audiciones, soñando con conseguir un papel. Todo esto son actividades que hacemos esperando que, algún día, nos paguen por hacer lo mismo. Y si ya tienes becarios trabajando sin cobrar, ¿por qué contratarías empleados en puestos de entrada?

El trabajo por exposición o experiencia suele ser una forma de justificar la falta de pago o la precarización laboral, sobre todo entre los jóvenes. ¿Cómo crees que afecta esto a las generaciones que recién se incorporan al mercado laboral?

Los jóvenes están recibiendo salarios más bajos mientras los costos universitarios se disparan y todo se vuelve mucho más complicado. A menudo pensamos en el trabajo de cuidado, pero en realidad, la mayoría de los empleos se ubican en el ámbito de los cuidados y los servicios. Hay cientos de miles de puestos de trabajo en el cuidado del hogar, superando a los del diseño gráfico. Como decía una de mis entrevistadas, los trabajos de más rápido crecimiento en Occidente son, de alguna manera, «diferentes formas de decir la palabra enfermera». Quizá deseen tener un trabajo estable, pero esos empleos simplemente ya no existen. ¿Cuántos jóvenes están conduciendo para Uber o trabajando en McDonald’s? La gente trabaja constantemente, pero no hay estabilidad. Literalmente, están trabajando gratis, realizando una enorme cantidad de trabajo de esperanza, mientras sienten que no quieren trabajar sin reconocimiento, que no son valorados y que no deben conformarse con salarios precarios. La idea de que, si todo estuviera bien, podrían trabajar mucho mejor y mucho más es ridícula: 10 euros la hora no te llevan a ningún lado. No tengo cifras exactas, pero en los diferentes países de la UE, todo es más caro, hay más títulos universitarios, mayor competencia, las ciudades están más gentrificadas y los trabajos que existen pagan progresivamente menos. Además, cada vez hay más jóvenes que obtienen un título universitario y, si logran conseguir un empleo, muchas veces terminan trabajando en un servicio como Starbucks, a pesar de tener un diploma. 

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