La ciencia respalda el valor del ocio

Un estudio confirma que el cerebro también aprende cuando divagamos, caminamos o simplemente descansamos.

Cultura 01/07/2025
NOTA

La neurociencia recupera el valor del ocio como un proceso activo y vital.

 

Caminar sin rumbo, perder la mirada en una ventana, desconectarse del mundo para escuchar el ruido interno. Esas escenas que muchos catalogan como pereza o distracción podrían ser, en realidad, la forma más antigua e intuitiva de aprender. Así lo demostró un reciente estudio del Instituto Médico Howard Hughes, publicado en la revista Nature, que pone en jaque años de pensamiento productivista: el cerebro también aprende cuando parece no estar haciendo nada.

La investigación, desarrollada por el equipo de Lin Zhong y Marius Pachitariu, revela que el aprendizaje no se limita a tareas con objetivos claros o a contextos de esfuerzo consciente. Incluso en reposo, nuestras neuronas entrenan, codifican y se preparan para aprender más rápido cuando llegue el momento.

El experimento se llevó a cabo con ratones en un entorno de realidad virtual, donde podían recorrer un pasillo con estímulos visuales sin necesidad de cumplir una consigna. La sorpresa fue que estos animales, al ser expuestos posteriormente a una tarea específica, la resolvieron más rápido que otros que no habían tenido ese tiempo de exploración libre.

El estudio identificó que áreas del córtex visual ya estaban activas en la fase de "ocio", registrando el entorno. Cuando apareció la consigna formal, otras zonas cerebrales se activaron para integrar lo ya aprendido. Este proceso, conocido en inteligencia artificial como preentrenamiento no supervisado, también es patrimonio del cerebro humano.

Zhong lo sintetiza en una frase potente: “No siempre necesitas un maestro que te enseñe: aún puedes aprender sobre tu entorno de forma inconsciente". El hallazgo recupera el valor del aprendizaje pasivo, aquel que ocurre mientras caminamos, soñamos despiertos o simplemente existimos.

Desde la perspectiva de la neuroplasticidad, esto tiene enormes implicancias: nuestras redes neuronales pueden adaptarse sin necesidad de premios, castigos ni objetivos inmediatos. Lo que parecía un lujo —distraerse, vagar, no hacer nada— es en realidad una estrategia evolutiva. Una forma de entrenamiento silencioso y vital.

El estudio también obliga a repensar los modelos pedagógicos. ¿Y si el sistema educativo incorporara momentos de exploración libre como parte estructural del aprendizaje? ¿Y si los diagnósticos de déficit atencional incluyeran el análisis del entorno como factor de estímulo o bloqueo?

La evidencia indica que nuestros cerebros están diseñados para captar y procesar información incluso cuando no lo notamos. No es necesario tener un propósito para que las neuronas trabajen. Basta con estar vivos, abiertos, sensibles al entorno.

 

Desde esta óptica, caminar sin destino vuelve a ser un acto revolucionario. El ocio, una pausa fértil. Y la distracción, una forma de sabiduría. Entonces, la próxima vez que te sorprendas sin rumbo fijo, no te culpes. Estás preentrenando. Estás cultivando. Estás aprendiendo.  Sin que nadie lo note. Ni siquiera vos.

Te puede interesar
Lo más visto