Murió Ozzy Osbourne, e convirtió el grito en arte

Bajada: A los 76 años, el ex vocalista de Black Sabbath dejó el plano terrenal. Con su voz desgarrada, su oscuridad performática y una vida llevada al límite, fundó no solo un género, sino una actitud. Ozzy no fue solo el "príncipe de las tinieblas": fue una estrella con alma de obrero.

Actualidad22/07/2025
NOTA

Por Camila Roncal (Cultura, tendencias y glitter)

 

 

No hay metal sin Ozzy. No hay heavy sin Sabbath. Y no hay mito sin excesos, tragedia y redención. Este martes, a los 76 años, murió Ozzy Osbourne, una de las voces más reconocibles y rupturistas de la historia de la música. Su familia confirmó que el artista británico falleció rodeado de sus seres queridos. Y aunque su salud venía siendo frágil desde hace años, nadie estaba preparado para despedir al hombre que hizo del grito un arte.

Ozzy fue todo: chico obrero en Birmingham, linyera de bar, líder de la banda más oscura de los '70, solista de éxitos implacables, estrella de reality show, sobreviviente de sí mismo. Hijo de un montador y una obrera de fábrica, su niñez fue una combinación de pobreza, abuso y una escuela que abandonó a los 15. De allí salió el espíritu sombrío y resiliente que luego electrificó los escenarios del mundo.

Cuando en 1970 Black Sabbath publicó su primer disco, el rock cambió para siempre. Con "Paranoid" y "Iron Man" puso banda sonora a la ansiedad de una generación. La voz quebrada, inquietante y a la vez vulnerable de Ozzy funcionó como exorcismo colectivo. Era la voz del miedo y la bronca, pero también del deseo.

En los '80, su carrera solista confirmó que Ozzy era mucho más que una voz siniestra. Fue showman, figura pop, meme antes del meme, y padre de familia con una Sharon que fue tanto su manager como su faro. Le cantó al delirio, al amor, a la locura y al infierno. Se disfrazó de demonio, se comió un murciélago en vivo (literal) y convirtió sus propias sombras en materia de espectáculo. Pero su vulnerabilidad era real: tenía Parkinson, arrastraba secuelas de cirugías y adicciones, y siempre dijo que seguía vivo de milagro.

Su última aparición pública fue hace apenas unas semanas, en el evento de despedida "Back to the Beginning", donde reunió a los Sabbath originales y se despidó diciendo: "He estado encerrado durante seis años, no tienen idea de lo que significa esto para mí". Nadie imaginó que era literal.

Ozzy no fue un virtuoso ni un líder político. Pero fue un artista en el sentido más salvaje de la palabra: alguien que canaliza el espanto y el deseo de una época. Su cuerpo fue testigo de una guerra cultural: entre el orden y la locura, entre el deber y el desborde. Encarnó lo que muchas bandas pretendieron imitar: la tragedia con lentejuelas, el infierno con glitter.

Su legado no está solo en los discos, ni en el Ozzfest, ni en la cantidad de guitarras rotas. Está en esa sensación de que el mundo puede estar hecho mierda, pero igual podemos gritar. Y que hay belleza incluso en el caos.

Ozzy murió como quería: amado, temido, admirado y con una voz que seguirá gritando en la cabeza de quienes crecimos con el corazón electrificado. Hoy el metal llora. Pero también celebra a su rey.

 

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