Watson, el gestor que crece laburando y sin estridencias

Con el 54,3% de imagen positiva, Andrés Watson se posiciona entre los intendentes con mejor reputación del conurbano. Mientras otros gritan, él pavimenta, amplía el cementerio, renueva plazas y escucha a los vecinos. Un estilo sobrio, territorial y eficaz, que gana espacio en la rosca sin necesidad de escándalo.

Región30/07/2025
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Intendentes con peso real en el conurbano

En un conurbano que ruge y pide respuestas, Andrés Watson parece moverse en otro plano. No se desespera por los titulares, no levanta el dedo en programas de televisión, no le grita al algoritmo. Hace otra cosa: gestiona. Y eso, que parece poco en un país sobrecargado de discursos, hoy lo distingue.

Mientras muchos dirigentes se consumen en la selfie con filtro de épica, el intendente de Florencio Varela se instala como uno de los jefes comunales con mejor imagen del Gran Buenos Aires. El dato no lo dice un fan: lo dice CEOP, una de las consultoras de mayor prestigio y trayectoria, que encuestó a más de 10 mil personas en 25 municipios entre el 10 y el 20 de julio. Watson se ubicó entre los diez primeros con un 54,3% de imagen positiva, apenas un 42,4% de negativa y una presencia firme que lo posiciona como jugador clave para la elección bonaerense de septiembre.

Ese porcentaje no es un milagro ni una casualidad. Es la consecuencia de un modelo de gestión que privilegia la cercanía por sobre el acting, el territorio por sobre el set de TV, y la palabra dada por sobre la consigna marketinera.

Watson gobierna un distrito complejo, amplio, diverso y con zonas muy golpeadas por la crisis social. Y sin embargo, lo hace con una parsimonia quirúrgica. Esta última semana, por ejemplo, entregó la plaza “Lomas de Monteverde” completamente renovada: senderos internos, luces LED, juegos, cámaras de seguridad, árboles y hasta una estación solar para calentar agua o cargar celulares. Detalles simples, pero vitales. ¿Quién pensaría que cargar el celular con energía solar puede ser una política pública? Alguien que piensa en el barrio.

A la par, encabezó una reunión de seguridad con vecinos y vecinas del barrio Villa Argentina. Cámara por cámara, calle por calle. Explicó el plan, escuchó reclamos, tomó nota. No prometió milagros, pero sí compromiso: patrulleros nuevos, coordinación con la Policía Bonaerense y refuerzo de monitoreo urbano. Evangelina, una frentista de la zona, fue directa: “Quedé conforme por el acompañamiento de la Comuna”. Y eso, en tiempos de hartazgo y abandono estatal, no es poco.

Pero lo más profundo de los últimos días —y simbólicamente poderoso— fue la obra en el Cementerio Municipal. En un país donde la muerte a veces duele doble porque ni siquiera hay dónde velar o enterrar con dignidad, Watson avanzó con una ampliación de 18 hectáreas, calles internas, crematorio, osario general, salones velatorios, luminarias y cercado. Lo hizo con fondos municipales, sin prestarle la firma a ningún banquero. Porque los muertos, incluso los más humildes, también merecen una política pública que los reconozca.

La diferencia entre un dirigente de escritorio y uno de calle se nota en los detalles. En Varela, los vecinos no tienen que esperar un trending topic para que se repare una vereda o se resuelva un zanjeo. El intendente no les cae con cámaras a filmar la entrega de una bolsa de comida ni arma escenografías para disfrazar su ausencia de gestión. Está. Se lo ve. Se lo escucha.

Y por eso —aunque algunos le dicen “Andi tenes que hacer ruido” y el responda con una sonrisa — Watson escala. Porque cuando cae la noche en Varela, lo que pesa no es el tuit más viral del día, sino si las luces funcionan, si el barrio no se inunda, si la ambulancia entra, si el celular carga, si el pibe tiene dónde jugar y si el vecino tiene dónde despedir a su viejo.

La batalla por hacer lo necesario

En el peronismo bonaerense, donde la batalla por el poder siempre tiene algo de jungla, Andrés Watson se planta como uno de los jugadores más sólidos. No le hace falta un aparato comunicacional desmedido ni una candidatura altisonante. Con una imagen positiva creciente, una base territorial fuerte y una gestión que no se toma vacaciones, ya está jugando.

Y si la política provincial termina de girar hacia una revalorización de los jefes comunales —que son, al fin y al cabo, los que tienen los pies en el barro y los votos contados— Watson tiene con qué pararse, exigir y decidir.

¿Es carismático? No en el sentido clásico. ¿Tiene estructura? Más de la que muchos creen. ¿Va a pelear por más protagonismo? A su manera, sí. Sin romper vidrios ni sobreactuar grandeza. Como hace todo: con sobriedad, con presencia y con obra.

La encuesta de CEOP sólo le puso número a una intuición que ya circulaba en el conurbano: Watson es uno de los intendentes con más imagen positiva porque representa algo que escasea en la política actual. Representa a la gente que no quiere épica ni enemigos imaginarios. Quiere que le arreglen la cuadra, que no le roben la bici, que su hijo juegue en una plaza y que su madre tenga dónde ser velada sin endeudarse. Y sí, puede sonar poco para quienes creen que la política es solo un ring para boxear con eslóganes. Pero en Varela, ese “poco” es todo. Es gestión con raíz.

La hora de las gestiones normales

En tiempos de delirio, verborrea violenta y épica vacía, hay algo profundamente revolucionario en lo normal. En esa gestión cotidiana que no necesita escándalos ni sobreactuaciones. En ese hacer sin flashes, pero con efecto real en la vida de miles. Es ahí donde resurgen los intendentes del conurbano como figuras imprescindibles para el presente político argentino.

Mientras el Gobierno nacional ajusta a mansalva y la Provincia intenta capear el temporal con lo que tiene, aparecen liderazgos locales que no gritan, pero hacen. Andrés Watson en Florencio Varela, Fernando Gray en Esteban Echeverría —que levanta la voz cuando hay que denunciar injusticias, incluso hacia adentro del peronismo—, Mariano Cascallares en Almirante Brown, Leonardo Nardini en Malvinas Argentinas. Todos distintos, pero con algo en común: gestionan la escasez. Le ponen el cuerpo al territorio. Caminan los barrios con la agenda del día, no con el libreto del trending topic.

Sus gestiones tienen errores, claro. No son perfectos ni de manual. Pero son reales. Y ahí, en lo real, es donde el peronismo distrital —tantas veces denostado desde los centros de poder— demuestra su potencia. Un patrullero en una calle oscura, una parcela digna en un cementerio popular, una vereda que evita una caída, un club que sigue abierto. Eso es política. Sin glamour, sin Forbes, sin revistas de moda. Pero con poder. Poder que no se ve en las encuestas nacionales, pero que define elecciones y sostiene comunidad.

Es la hora de lo normal. Y en esta Argentina desquiciada, lo normal puede ser lo más transformador, más disruptivo. Como diría el General: “Hagan como estos pibes más laburo y menos chachara”. 

 

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