Lo que las redes quitan y lo que la naturaleza da

Un like dura segundos, pero el ruido mental que deja puede ser eterno. La ciencia muestra que los jóvenes hiperconectados pierden foco, memoria y calma, mientras que un simple paseo entre árboles ayuda a recuperar lo que las pantallas consumen: atención y energía vital.

Cultura 24/08/2025
NOTA

¿Podés concentrarte después de una hora scrolleando en Instagram o TikTok? Si la respuesta es “no”, no sos la excepción: la mayoría de los jóvenes admite que después de navegar entre memes, noticias, videos y notificaciones, su cabeza queda más saturada que descansada. La ciencia tiene un nombre para esto: fatiga atencional. Nuestro cerebro se desgasta cuando procesa estímulos intensos, veloces y fragmentados, como los que reinan en las redes sociales.

En cambio, cuando entramos en contacto con la naturaleza —algo tan sencillo como caminar bajo una arboleda o escuchar el vaivén del agua en un río— ocurre lo contrario: la mente se reinicia. Un clásico experimento de la Universidad de Míchigan demostró que quienes paseaban entre árboles mejoraban un 20% su memoria de trabajo, mientras que los que caminaban en medio del tráfico urbano no mostraban cambios significativos. La diferencia no está en la voluntad de “relajarse”, sino en el tipo de estímulos: los árboles ofrecen calma, las redes ofrecen ruido.

En la Argentina, donde más del 80% de los adolescentes y jóvenes pasan en promedio más de 4 hras diarias en redes, la pregunta es inevitable: ¿qué costo tiene esta hiperconexión? Psicólogos y neurocientíficos advierten que el multitasking digital —saltar de un chat a un video, de una notificación a otra— fragmenta la memoria y reduce la capacidad de concentración sostenida. Es como si la mente estuviera siempre corriendo en una cinta sin poder bajarse.

La “teoría de la restauración de la atención”, desarrollada por Marc Berman, ayuda a entender por qué el contacto con la naturaleza equilibra este desgaste. El cerebro se fatiga cuando debe sostener un esfuerzo atencional intenso; la naturaleza, con estímulos suaves y repetitivos —el movimiento de las hojas, el canto de un pájaro— permite un descanso activo. Es un contraste brutal con las redes sociales, que funcionan como casinos emocionales diseñados para que no podamos soltar el celular.

¿Significa que hay que demonizar las redes? No. Pero sí comprender que un like no es gratis: consume recursos mentales y emocionales. Y que, si no hay pausas reales, el precio lo paga la memoria, la ansiedad y hasta el sueño. En un mundo donde los jóvenes estudian, trabajan y se vinculan cada vez más a través de pantallas, recuperar espacios naturales se vuelve un acto de salud pública.

Caminar, mirar un horizonte despejado, escuchar el silencio: esas son las vitaminas invisibles que el cerebro necesita para recargarse. No se trata solo de neurociencia: es cultura y política. Las ciudades que se llenan de cemento sin planificar parques o plazas, condenan a sus habitantes a vivir en un loop de fatiga y desconexión con lo esencial. 

Al final, la ciencia nos recuerda algo simple: no somos máquinas, somos cuerpos y mentes que necesitan alternar intensidad con calma. Los jóvenes atrapados en el scroll infinito quizás encuentren en una plaza, una reserva natural o un simple balcón con plantas, una forma de volver a sí mismos. Porque mientras las redes compiten por segundos de atención, la naturaleza regala minutos largos de memoria, creatividad y paz.

En un tiempo donde la vida parece comprimida en historias de 15 segundos, caminar entre árboles puede ser el acto más revolucionario: recordarle al cerebro que todavía hay un mundo más allá del vidrio del celular.

 

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