Milei recupera imagen y la oposición mira de lejos

El índice de confianza en el Gobierno que mide la Universidad Di Tella subió 17,5% en noviembre y se ubicó en su mejor nivel desde febrero. Todo contraintuitivo para el “bienpensar” progresista: en medio del desgaste social, Milei hoy representa certeza frente a una oposición mezquina y sin proyecto de largo plazo.

Actualidad24/11/2025
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El que daba por muerto a Javier Milei va a tener que rehacer el obituario. La nueva medición de confianza en el Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella mostró en noviembre un salto del 17,5% respecto de octubre y dejó al Presidente en su mejor nivel desde febrero. No es un “veranito” de redes, es un dato duro. Y se combina con otra pieza del puzzle: según Opinaia, en un escenario presidencial hipotético, Milei volvería a encabezar la grilla con 34% de intención de voto, seguido por Sergio Massa con 25% y Juan Schiaretti con 9%. Traducido al criollo, el león sigue rugiendo y la política tradicional no encuentra cómo bajarle el volumen.

 

La certeza en tiempos rotos

El índice de confianza de Di Tella muestra que todos los componentes mejoraron en noviembre: Capacidad subió 18,6%, Honestidad 12,4%, Eficiencia 12,6%, Gobierno 30,6% e Interés 16,8%. El informe marca incluso un cambio fino dentro de la percepción social: el subíndice de Capacidad pasó a superar al de Honestidad, aunque ambos siguen adelante del resto. Eficiencia quedó tercera y Gobierno ahora corre por delante de Interés, que sigue rezagado.

¿Qué hay detrás de esa sopa de porcentajes que casi nadie lee entera pero todos usan en la rosca? Una idea simple y brutal. La sociedad está golpeada, cansada, endeudada, con bronca y sin tiempo. No pide épica, pide algo todavía más prosaico: saber qué va a pasar. Milei, con todos sus gritos y exabruptos, ofrece una narrativa de dirección. Repite el mismo libreto de ajuste, motosierra y reformas. Lo cumple a medias, lo sobreactúa, lo convierte en show, pero tiene rumbo. La oposición, en cambio, transmite otra cosa: internas, mezquindad, construcción en diferido.

Di Tella también muestra quiénes confían más. El índice crece entre varones, jóvenes de 18 a 29 y mayores de 50; entre quienes tienen secundaria completa o estudios terciarios y universitarios; entre quienes no se asumen víctimas de delito y esperan mejoras económicas. El grupo que retrocede es el de menor nivel educativo. En geografía, el Interior mantiene el nivel más alto, el GBA pasa a ubicarse por encima de CABA. El mapa social que se dibuja no es muy glamoroso, pero sí claro: Milei enamora menos por Instagram y más por la sensación de que, si te bancás el rigor, al final viene algo mejor.

Ahí entra la lectura de economistas como Gustavo “Lacha” Lazzari, que insiste en que la última elección dejó un mensaje que la política subestima: la gente votó fondo antes que forma, largo plazo por encima de urgencias y procesos en lugar de resultados mágicos. Es una apuesta riesgosa en un país acostumbrado al cortoplacismo, pero explica por qué el Gobierno se aferra a una agenda de “reformas para el crecimiento” que pone el foco en dos nudos estructurales: sistema fiscal y legislación laboral. Sin esos cambios, advierte Lazzari, solo hay “rebote”, como en los noventa o en la posconvertibilidad, con crecimiento sin transformación real.

Milei leyó esa señal a su manera. No bajó un cambio, al revés. Radicalizó el discurso, apretó el acelerador en el Congreso cuando pudo y buscó instalar que el dolor presente es el precio de un futuro distinto. El combo Di Tella más Opinaia le da aire político para insistir. Cada punto que sube la confianza es una ficha más para decir “ven, el camino es este, aunque duela”.

 

Una oposición que hace todo para Milei crezca

El lado B de este guion es la oposición. Mientras el Gobierno se apoya en los números y habla de reformas largas, el peronismo sigue en terapia y Juntos por el Cambio en fase de divorcio litigado. No hay un relato alternativo consistente. Hay reproches, cuentas pendientes y una sobreoferta de candidatos sin programa. La consecuencia es obvia: en un tablero donde nadie ofrece certezas, el único que parece tenerlas, aunque suenen a stand up económico, retiene la centralidad.

Según la medición de Opinaia, Milei rondaría el 34% en un nuevo escenario presidencial. No se trata solo de su voto duro tuitero, sino de sectores que, después de dudar, volvieron a mirarlo porque sienten que “al menos hace lo que dijo que iba a hacer”. Massa quedaría segundo, con 25%, como parte de ese peronismo que no logra rearmarse, y Schiaretti capturaría un 9% que funciona más como refugio moderado que como proyecto competitivo. Todo esto con el detalle no menor de que la encuesta es de hace dos semanas, pero se mantiene vigente como radiografía de humor.

La recuperación de imagen del Presidente no se explica solo por marketing libertario. Hay un componente de alivio económico, mínimo pero concreto. En la calle se percibe que el dólar dejó de estallar todas las semanas, que algunos precios se calmaron, que la inflación ya no ocupa el centro del ring todos los días. No es que la vida esté fácil, es que dejó de empeorar al ritmo demencial de 2023. Ese pequeño respiro, en un país traumatizado, vale oro político. Milei lo convierte en narrativa de éxito y lo adorna con épica anticasta. La oposición, mientras tanto, discute cargos y frases en off.

El economista y empresario Gustavo "Lacha" Lazzari  insiste en que sin modernización fiscal y laboral lo que viene es otro “rebote” corto. Milei toma esa tesis y la vende como si estuviera reescribiendo “La riqueza de las naciones”. Habla de reformas de largo plazo, de reglas para atraer inversiones, de romper privilegios. A veces lo hace con consistencia, otras con más teatralidad que profundidad, pero el mensaje entra. Para amplias capas de la población, ver a un Presidente que discute eso, aunque lo haga a los gritos, resulta más verosímil que ver a una oposición que sólo parece gestionar su nostalgia.

En este contexto, la mejora del índice de confianza, que igual sigue 7,3% por debajo del mismo mes de 2024 y se ubica 16,8% abajo de noviembre de 2017 en la gestión Macri, pero 69,8% arriba de noviembre de 2021 en el gobierno de Alberto Fernández, es una foto incómoda para muchos analistas. Sobre todo, para aquellos que creyeron que el “fenómeno Milei” tenía fecha de vencimiento corta. La realidad muestra otra cosa: el fenómeno se volvió gobierno y, con todos sus límites, se está estabilizando.

La paradoja es que su figura sigue siendo grotesca para buena parte del progresismo bienpensante, que no logra procesar que un presidente que cita a la escuela austríaca como si fuera una banda de rock haya conseguido convertirse en símbolo de certidumbre para quienes hace años no sienten que nadie los mire. Y sin embargo, ahí están los números. Todavía no le alcanzan para dormir tranquilo, pero sí para que nadie pueda decir seriamente que está terminado.

Milei capitaliza la sensación de “no hay mucho más para elegir”. Usa cada pequeño éxito económico, cada dato de turismo, cada ranking internacional, como ladrillos de un relato de victoria moral. Es oportunista, sí. Usa el fin de semana XXL que tanto denostó como “populista” para celebrar récords de ocupación y consumo. Se cuelga del mismo feriado que hubiera dinamitado en campaña, ahora rebautizado como prueba de previsibilidad. Bienvenidos a la realpolitik. El Presidente entendió que en política no gana el que tiene razón, gana el que mejor cuenta la película. El problema no es que Milei juegue ese juego. El problema es que enfrente nadie esté filmando nada.

 

La suba del índice de confianza de Di Tella y el 34% de intención de voto que le da Opinaia a Milei muestran que el experimento libertario está lejos de ser un accidente pasajero.

 

El fin de semana XXL que Milei aprendió a amar

El Presidente que llegó a la Casa Rosada denunciando “feriados populistas” hoy se da el gusto de celebrar un fin de semana XXL como si fuera el Mundial. En X, Javier Milei escribió: “Confirmado. Este fin de semana largo del 20/11 es el más exitoso de su historia. Sólo en Mar del Plata los arribos totales provisorios muestran un 38% más que en 2024, un 50% más que en 2022 y un 25% más que en 2021. Récord absoluto...”. Para alguien que demonizaba las “fiestas del consumo”, no está nada mal el giro.

Los números acompañan el relato. Según el área de Turismo, Mar del Plata registró 158.775 arribos durante el fin de semana largo del 20 de noviembre, un 37,9% más que en el mismo feriado de 2024. Fue, dicen, el mejor registro de al menos los últimos quince años. Iguazú rondó el 90% de ocupación, la Ciudad de Buenos Aires se movió en torno al 85%, la Costa Atlántica superó el 80% en sus principales destinos y la Patagonia volvió a mostrar buenos niveles de reservas.

Que Milei festeje un fin de semana largo que en campaña hubiera usado como ejemplo de “despilfarro populista” no es incoherencia, es política. Entendió que, si el turismo explota, se vende como señal de confianza. 

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