Una CGT en modo diálogo: el triunvirato cerca del poder

La central obrera renovó autoridades y eligió un nuevo triunvirato con Jorge Sola, Cristian Jerónimo y Octavio Argüello. Con guiños al Gobierno y sin disimular la fractura interna, la nueva conducción ya da señales de pragmatismo. Una “CGTecita” con ADN de los ’90 que promete convivir, más que confrontar, con el mileísmo.

Actualidad06/11/2025
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Reacomodo sindical en tiempos libertarios

 

En la política argentina no hay inocentes: solo sobrevivientes. La CGT lo sabe mejor que nadie. En su congreso nacional, realizado en el estadio de Obras Sanitarias, la central obrera votó un nuevo triunvirato y se reacomodó al nuevo clima de poder con la misma ductilidad con la que se adaptó a todos los gobiernos desde Perón hasta hoy. La novedad no fue tanto quiénes asumieron, sino el tono: un sindicalismo que empieza a hablar el idioma del Gobierno de Javier Milei, aunque sin decirlo.

El trío elegido —Octavio Argüello (Camioneros), Jorge Sola (Seguros) y Cristian Jerónimo (Vidrio)— combina experiencia, territorio y una dosis de oportunismo que haría sonreír a Frank Underwood. La votación, a mano alzada, coronó un proceso interno donde los “gordos” (los grandes gremios de servicios), los “independientes” y el moyanismo pactaron un delicado equilibrio para mantener el control y evitar la ruptura total.

Pero lo más importante no estuvo en los nombres, sino en el mensaje: la CGT se encamina a una etapa de convivencia pragmática con el Gobierno. No se trata de rendición, sino de cálculo. De lectura política. Nadie en la calle Azopardo quiere repetir la guerra abierta de los ’70 ni el disciplinamiento salvaje de los años de Macri. La historia enseña que los sindicatos que sobreviven son los que saben cuándo resistir y cuándo sentarse a negociar.

 

El nuevo mapa: poder, diálogos y heridas abiertas

La foto del congreso mostró aplausos, abrazos y una marcha peronista cantada con más automatismo que fervor. Pero detrás de la euforia de manual, el tablero sindical se movió. Los gremios más dialoguistas, como la UOCRA de Gerardo Martínez, Sanidad de Héctor Daer y UPCN de Andrés Rodríguez, impusieron su línea. El objetivo: preservar la silla en la mesa grande, aun si eso implica aceptar la agenda de reformas laborales del Ejecutivo.

“En esta central no somos kukas ni comunistas, somos peronistas”, dijo Oscar Lingeri durante el congreso, sintetizando en una frase el nuevo pragmatismo sindical.

La interna no fue menor. Luis Barrionuevo (gastronómicos) y Roberto Fernández (UTA) se retiraron del congreso enojados. Querían volver al “unicato”, con un solo jefe fuerte al estilo de la vieja CGT de los 80. Pero la mayoría impuso el esquema colegiado, más controlable y menos personalista. En términos reales: se eligió el formato que mejor permite negociar con el Gobierno sin comprometer a una sola cabeza.

 

El nuevo triunvirato representa eso: una alianza de sectores conservadores y dialoguistas que buscan preservar poder real bajo un discurso de unidad. Argüello, el camionero que heredó el lugar de Pablo Moyano, se consolidó como el eslabón entre la vieja guardia y el mileísmo. Jorge Sola, del seguro, representa a los “gordos” clásicos del aparato. Y Cristian Jerónimo, el más joven, llega desde el vidrio como una apuesta a futuro.

 

Una “CGTecita”: el espejo de los ’90

Quien mire la nueva CGT con nostalgia épica se equivoca de década. El modelo que empieza a configurarse se parece más al de los ’90 que al de los 2000. Una CGT institucional, ordenada, moderada y dispuesta a “dialogar”, eufemismo elegante para decir que acompañará las reformas mientras el Gobierno garantice cierta estabilidad sindical.

No se trata —todavía— de subordinación, sino de adaptación. Pero el tono ya está marcado. En su primer discurso, Argüello, el hombre del moyanismo, pidió “unidad para enfrentar cualquier intento de quitar derechos”. Sin embargo, fue Jorge Sola quien mostró la sintonía más clara con el clima político actual:

“No somos necios. Sabemos que el mundo del trabajo ha cambiado y que las actualizaciones con la tecnología y la robótica son necesarias”, sostuvo, para luego defender los convenios colectivos como “la herramienta moderna para negociar los cambios”.

Traducido al dialecto realpolitik: la CGT reconoce que el modelo laboral vigente está agotado, y prefiere sentarse a negociar las reformas antes que ser arrasada por decreto.

El gesto no pasó inadvertido en Balcarce 50. Para el Gobierno libertario, una central obrera dispuesta a conversar es un activo político. Y para los gremios, un escudo frente a la pérdida de influencia. Milei no controla la CGT, pero ya logró algo que ningún presidente reciente consiguió tan rápido: una conducción sindical sin ánimo de pelea. Destacado: Una CGT en modo realpolitik: ni combativa ni revolucionaria, sino adaptada al poder, como en los días en que Menem transformó la resistencia obrera en gestión de privilegios.

 

Los que se quedan, los que se van y los que esperan

Detrás del triunvirato, la lista de secretarías refleja la continuidad del sistema corporativo. Daer se reubicó en Interior, Gerardo Martínez sigue en Relaciones Internacionales, y Lingeri retiene Acción Social. Los “históricos” conservaron su cuota. Los kirchneristas, en cambio, quedaron en segundo plano: Palazzo, Pignanelli y Furlán aceptaron cargos menores o delegaron en segundas líneas, en señal de malestar.

El feminismo sindical retrocedió: Maia Volcovinsky, la candidata a integrar el triunvirato, fue relegada y solo ascendió Marina Jaureguiberry en Ciencia y Técnica. La paridad sigue siendo un espejismo en la calle Azopardo.

El voto del congreso —1604 congresales, con 35 en blanco— cerró el juego con la frialdad de una planilla Excel. Las rispideces se disimularon con abrazos y un “todos unidos triunfaremos” sin épica. Pero en los pasillos se escuchaba otra frase, más realista: “Si no se puede cambiar el Gobierno, al menos hay que aprender a convivir con él”. Esa es la nueva consigna no escrita de la CGT: resistir negociando.

 

Reformismo y supervivencia

Lo que se viene es un escenario de reformas laborales, tributarias y previsionales que pondrán a prueba la cintura política del triunvirato. Milei necesita oxígeno social; la CGT, margen de maniobra. Ambos se necesitan, aunque ninguno quiera admitirlo.

En esa convivencia incómoda, el sindicalismo busca lo de siempre: sostener su estructura, garantizar los aportes, mantener el control de las obras sociales. Lo ideológico es accesorio. Lo esencial es sobrevivir con poder.

Por eso, cuando se analiza el discurso del nuevo triunvirato, lo que emerge no es una CGT alineada al mileísmo, sino una CGT que vuelve a hacer política desde el pragmatismo. Sabe que la calle ya no le pertenece y que la sociedad mira con desconfianza a los líderes sindicales enriquecidos. Frente a eso, elige mutar antes que morir.

La historia es cíclica: en los ’90, el menemismo domesticó a la CGT a fuerza de concesiones y pactos. Treinta años después, el libertarismo de Milei parece ir por el mismo camino, aunque con otros modales y un nuevo evangelio económico.

El congreso terminó con los dirigentes de siempre entonando la marcha de siempre. Afuera, los trabajadores reales seguían lidiando con la inflación, el desempleo y la informalidad. Adentro, la CGT volvía a demostrar su talento más antiguo: el arte de adaptarse a cualquier gobierno sin dejar de ser parte del poder.

No hay traición en eso, apenas instinto de supervivencia. Una “CGTecita” para tiempos de ajuste y eufemismos, que ya aprendió que, en Argentina, los sindicatos que gritan mueren, y los que negocian, mandan.

Destacado: La CGT del siglo XXI ya no ruge: calcula. Se sienta, escucha y negocia. El músculo de la resistencia se convirtió en músculo de gestión.

 

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