“Sonic Life”: el ruido que hizo historia

Algunas autobiografías se leen como confesiones lacrimógenas. Otras como operaciones de blanqueo. Pero Sonic Life, el libro de memorias de Thurston Moore, es otra cosa: un mapa sensorial de una era.

Cultura 15/07/2025
nota

Por Milena Kravitz (Periodista cultural Mezclo punk con alta costura)

Un viaje con olor a cerveza tibia, tinta de fanzine y cables pelados. Un testimonio sincopado —y sin maquillaje— del nacimiento de Sonic Youth, esa banda que jamás buscó el centro porque sabía que la belleza está en el borde.

Moore no escribe para contar su vida privada. Y eso se agradece. Porque más que saber con quién se peleó o a quién amó, lo que importa acá es cómo construyó una obra con guitarra, distorsión y calle. Desde que aterrizó en Manhattan a fines de los ’70 con 19 años y hambre de ruido, supo que su lugar estaba donde el punk se cruzaba con el arte conceptual, donde Basquiat pintaba con furia y Glenn Branca enseñaba a tocar con más nervio que técnica.

En esas noches de clubes oscuros, guitarras con afinaciones imposibles y poesía callejera, se fundó el universo Sonic Youth. El libro es un retrato detallado —a veces casi obsesivo— de esa época dorada y mugrienta en la que la música alternativa no era una etiqueta de marketing, sino una forma de estar en el mundo.

“Sonic Life” no chismea sobre el final amoroso con Kim Gordon, ni se detiene en la ruptura de la banda. Pero no hace falta. Porque cada página vibra con la tensión de una banda que se mantuvo libre aun cuando fichó con una discográfica gigante. Que fue madrina del grunge, hermana del no wave y madre de todo un linaje sonoro que todavía hoy retumba en los sótanos del mundo.

Thurston escribe como toca: con un caos controlado. Cada recuerdo es una nota rasgada al límite, cada anécdota es más una textura que una trama. El libro no se ordena por fechas sino por obsesiones: los Stooges, Lydia Lunch, Suicide, Sonic Youth en gira con Neil Young, Kurt Cobain llorando en un camarín, el punk como ritual y la disonancia como lenguaje emocional.

Lo que deja en claro Sonic Life es que el ruido también puede ser memoria. Que una guitarra distorsionada puede narrar una vida con más verdad que mil palabras. Que el rock no siempre fue una selfie con filtros, sino una forma cruda, hermosa y peligrosa de habitar el mundo.

Moore no romantiza ni baja línea. Solo ofrece su archivo interno, hecho de vinilos, recitales incendiarios y decisiones estéticas que valieron más que la fama. Porque si algo enseñó Sonic Youth es que hay que animarse a perderse para encontrar una voz. Y que desafinar, a veces, es la forma más pura de afinar con lo que uno es. Una memoria eléctrica, entonces. No para nostálgicos, sino para quienes aún creen que hacer ruido es una forma de decir verdad.

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