Kicillof marcó la cancha y el cierre fue con él

El gobernador tensó la cuerda hasta el final, presentó listas propias y obligó a Cristina y Massa a replegarse. El peronismo “en unidad” no nació del consenso: fue consecuencia del poder real que construyó Axel en la provincia.

Política23/07/2025
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El cierre de listas en la provincia de Buenos Aires no fue un pacto de unidad, fue una pulseada que ganó Axel Kicillof. A las dos de la mañana del domingo, cuando las luces seguían encendidas en la Gobernación y los operadores cruzaban nombres y carpetas en la planta baja, el peronismo no estaba unido: estaba al borde del estallido. Las listas que controlaba el larroquismo excluían a figuras cercanas a Sergio Massa y Cristina Fernández. Pero había un actor que no podía ser ignorado: el gobernador.

Kicillof no esperó. Activó su plan B, presentó su armado bajo el sello “Movimiento Derecho al Futuro” y puso sobre la mesa lo que nunca dijo, pero hizo evidente: si el cierre no era con él, era sin todos. El mensaje fue recibido con claridad. La posibilidad de que Axel fuera a una interna o incluso a una elección paralela no era menor. Porque no se trataba solo de nombres. Se trataba del control del territorio más importante del país, el que garantiza gobernabilidad, votos, y si hace falta, resistencia institucional.

La presión funcionó. Lo que parecía una ruptura inminente terminó en un acuerdo apurado, con la firma de todos y una consigna repetida: “Hay una sola boleta y hay que militarla”. Pero detrás de la postal de unidad, quedó claro quién puso las condiciones.

El día que Cristina entendió que no puede sola

La figura de Kicillof creció en silencio, pero con método. Mientras Cristina se replegaba, Massa se licuaba y La Cámpora apostaba a su centralismo político, Axel construyó por abajo. Obra pública, universidad, salud, territorios. Se rodeó de intendentes, empoderó a su gabinete y armó una red que no depende de jefaturas verticales sino de gestión y presencia real. El resultado es simple: gobierna la provincia más difícil, en el peor contexto, y aún así sostiene el aparato político más robusto del peronismo nacional.

Por eso, cuando en la madrugada del cierre aparecieron los nombres de Katopodis, Magario, Cascallares y Descalzo en listas que no eran las de la “unidad”, se encendieron todas las alarmas. El gobernador no especulaba: estaba dispuesto a ir con lo propio. Lo de Cristina, entonces, no fue una concesión generosa. Fue una jugada de supervivencia.

Porque el kirchnerismo puede tener relato, pero no territorio. Y La Cámpora, sin Axel, se queda sin músculo. La construcción de Kicillof ya no es sólo la continuidad del cristinismo: es otra cosa. Tiene autonomía, nombres propios y una lógica que, aunque no rompa con el pasado, propone algo nuevo. Una síntesis distinta entre gestión y política. Entre representación y poder real.

De Derecho al Futuro al control del presente

El armado “Derecho al Futuro” no fue un capricho, fue una advertencia. En sus listas se mezclaron ministros, intendentes, dirigentes históricos y referentes con legitimidad territorial. Gente que no se banca quedar afuera porque sí. Las listas no prosperaron, pero cumplieron su función: marcar el mapa. Mostrar que Axel tiene con qué.

Los nombres que no entraron en la definitiva ahora esperan compensación en el gabinete. Pero lo más importante no es quién quedó. Es que quedó claro quién conduce. A diferencia del caos digital libertario, el cierre bonaerense mostró que la política tradicional todavía tiene reglas. Y una de ellas es esta: el que gobierna, define. Y Axel gobierna.

Su modo de hacer política es sobrio, a veces áspero, pero efectivo. No enamora a las redes, pero convence a los que cortan calles, organizan actos y ponen mesas. No necesita trolls: tiene gestión. Y esa gestión es la que ahora se transforma en campaña. No hay marketing, hay resultados. Remedios, aulas, caminos, hospitales. Frente al ajuste libertario, Kicillof ofrece una trinchera con contenido.

El conductor que no pudieron saltear

El peronismo bonaerense no logró la unidad por amor, la logró por necesidad. Y esa necesidad se llama Axel Kicillof. Cristina no lo eligió, lo tuvo que aceptar. Porque cuando el resto del país está deshilachado, la provincia es el último bastión. Y no se puede jugar con el bastión cuando se pelea la sobrevida política.

Kicillof no va a irse del eje. No va a romper. Pero tampoco va a ser obediente. Juega con reglas propias, y si lo subestiman, vuelve a la mesa con una jugada que deja a todos descolocados. El cierre lo encontró en el centro, no por imposición, sino porque nadie más pudo ocupar ese lugar.

Ahora empieza la campaña. Roñosa, como él mismo advirtió. Y ahí lo van a querer a Axel en todos lados: poniendo la jeta, el cuerpo y la gestión. Porque si hay una boleta, es porque él sostuvo la mesa. Porque si hay unidad, es porque él no se fue. Y porque si el peronismo quiere volver a enamorar, necesita algo más que memoria: necesita presente. Y ese presente hoy lo tiene Kicillof.

Unidos con un enemigo mutuo

Axel Kicillof no solo selló la unidad del peronismo bonaerense: la forzó con poder real. Tras un cierre de listas cargado de tensión y maniobras de último minuto, el gobernador salió a capitalizar políticamente el resultado. “Muchos creían que nos estábamos rompiendo, pero en realidad estábamos sumando fuerza”, dijo con la seguridad de quien conoce el territorio y sabe lo que representa. No hubo espontaneidad ni magia: hubo conducción, presión y espalda.

Para Kicillof, el 7 de septiembre no es solo una elección provincial: es un plebiscito contra la motosierra nacional. Por eso eligió posicionar a Fuerza Patria como escudo y red ante un Gobierno que —según sus palabras— amenaza con intervenir la provincia, barrer con derechos laborales y profundizar el ajuste sobre los más débiles. “Tenemos que poner todo lo que hay que poner para defender la provincia”, afirmó, con un tono que mezcla advertencia, convocatoria y desafío.

La unidad del peronismo, que parecía imposible hasta hace horas, no fue una concesión entre sectores: fue una respuesta a una amenaza común. El catalizador —según el propio Axel— fue el fallo contra Cristina Kirchner. En ese momento, la dirigencia entendió que el escenario no admitía especulaciones. “Esta es una etapa de muchísima gravedad institucional, democrática y económica”, dijo, y en ese marco llamó a dejar atrás las internas y salir a militar una sola boleta.

Porque lo que se juega no es solo la política. Se juega el modo en que se defiende una provincia que, pese a todo, sigue siendo el corazón político del país. Y Axel, guste o no, es quien la hace latir.

 

 

 

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