Cayó en Budge un prófugo por homicidio

Lo buscaban desde enero por el crimen de su patrón. Estaba oculto, pero no dejó de cobrar la jubilación: lo atraparon en la puerta del banco. La historia de un crimen sin lógica, una fuga de barrio y una caída previsible.

Policiales23/07/2025
NOTA 1

En Lomas de Zamora, donde la justicia suele caminar a paso lento pero firme, este martes se cerró un capítulo que comenzó con sangre, siguió con fuga y terminó con una escena que parecía escrita para el cine negro: un hombre de 72 años, prófugo por homicidio, fue capturado cuando intentaba cobrar su jubilación en una sucursal bancaria.

Carlos Espíndola, apodado “Foino” o “Petiso”, estaba prófugo desde el 22 de enero, cuando fue señalado como el autor del violento ataque que derivó en la muerte de Oscar Carabajal, un hombre de 61 años con quien compartía más que una propiedad: una convivencia en tensión. Espíndola era su casero, pero también su sombra.

Esa noche de enero, cerca de las 21.30, en una vivienda de la calle Figueredo al 1900, Carabajal recibió tres puñaladas: una en el hombro, otra en el estómago y una más en el pecho. La escena no tuvo móviles claros. Según las fuentes judiciales, no hubo discusión previa ni forcejeo. Solo la irrupción abrupta de la violencia.

Carabajal fue trasladado de urgencia al Hospital Gandulfo. Recibió el alta al día siguiente, pero no llegó a formalizar la denuncia. Cuando quiso hacerlo, al presentarse en la Comisaría 10ª de Lomas de Zamora, se descompensó: las hemorragias internas no habían sido contenidas. Murió un mes después, el 22 de febrero, tras una internación compleja que no logró revertir el daño.

Desde ese momento, Espíndola desapareció. Se fue del barrio, dejó pistas confusas y sobrevivió sin dar señales evidentes. Pero la justicia lo tenía en la mira. En junio, la UFI Nº 7 de Lomas de Zamora, a cargo del fiscal Nicolás Espejo, pidió al Departamento de Homicidios de la Policía Bonaerense que interviniera. No buscaban solo a un prófugo: buscaban cerrar un caso que dolía.

La clave apareció entre los papeles. Espíndola, a pesar de estar en fuga, seguía cobrando la jubilación. Lo hacía a través de una apoderada: su hija. Esa rutina administrativa, tan sencilla, encendió una luz en la investigación. Si el dinero era una necesidad, tarde o temprano el prófugo reaparecería. Y así fue.

Desde el 18 de julio, los investigadores montaron guardias discretas en las inmediaciones de la entidad bancaria asignada. Sabían que no podían fallar: Espíndola era mayor, pero había demostrado ser escurridizo. Pasaron varios días hasta que este martes, a las 14.30, un Volkswagen Gol Country frenó frente al banco. Entre sus ocupantes, la hija del imputado.

El procedimiento fue rápido y sin margen de error. El auto fue interceptado, los ocupantes identificados. En el asiento trasero, los oficiales confirmaron lo que ya sabían: el hombre con gorra y rostro avejentado era Carlos Espíndola.

Ahora, la justicia deberá imputarlo formalmente por homicidio calificado. La fuga terminó, pero empieza otra etapa: la del juicio, la reconstrucción, las preguntas sin respuesta. Porque hasta hoy, nadie entiende del todo qué ocurrió aquella noche en la casa de Budge. Qué fue lo que quebró al hombre silencioso que compartía paredes con la víctima.

Hay crímenes que no se explican por lógica. No responden a deudas, ni celos, ni rencores explícitos. Se incrustan en lo cotidiano como una astilla invisible, hasta que estallan. La historia de Espíndola y Carabajal es una de esas: una violencia sin preludio, una muerte que se anunció tarde, una justicia que tardó pero llegó.

En el conurbano, donde las vidas se entretejen entre la necesidad y la rutina, hasta los prófugos tienen calendario. Y mientras algunos creen que la edad es sinónimo de impunidad, la realidad demuestra que hay fechas que vencen. Como la del día de cobro. Como la del final de la fuga. Como la hora en que la ley, incluso despacio, llega.

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