Cómo las ferias de arte transforman ciudades y economías

Más allá de ser vidrieras de galerías, las ferias de arte se convirtieron en plataformas culturales y económicas que revitalizan barrios, generan empleo y proyectan identidades.

Actualidad25/08/2025
NOTA

ArteBA regresa con una nueva edición en La Rural y Affair celebrará tres años en el microcentro porteño. No son solo eventos artísticos: son laboratorios urbanos. Durante unos días, la ciudad se transforma en epicentro cultural, con galerías abiertas, visitas a talleres, fiestas y recorridos que convocan a miles de personas. La pregunta es inevitable: ¿qué rol cumplen las ferias de arte en la vida social y económica de las ciudades?

La respuesta exige salir del lugar común del mercado. Sí, hay compraventa de obras y transacciones millonarias, pero también hay impacto urbano, turístico y comunitario. En términos sociológicos, las ferias de arte operan como rituales modernos: condensan capital cultural, económico y simbólico en un espacio-tiempo acotado, donde se negocian identidades y se configuran nuevos imaginarios urbanos.

En Buenos Aires, ArteBA contribuyó en los 90 y 2000 a consolidar Palermo y Recoleta como polos culturales, al tiempo que Affair busca devolver vida al microcentro en un momento de crisis comercial. En términos económicos, el Ministerio de Cultura porteño estima que las industrias culturales aportan cerca del 9% del PBI de la Ciudad y generan más de 150.000 empleos. Cada feria activa hoteles, restaurantes, servicios de transporte y circuitos turísticos.

El fenómeno no es local. Art Basel Miami transformó una ciudad marcada por el turismo de playa en un hub cultural global, atrayendo más de 80.000 visitantes anuales y generando ingresos superiores a los 500 millones de dólares por edición, según datos de la Greater Miami Convention & Visitors Bureau. En Japón, el Echigo-Tsumari Art Triennale revitalizó pueblos rurales en declive: en 2018 atrajo 500.000 visitantes y generó beneficios por 6.5 mil millones de yenes, reabriendo escuelas y movilizando voluntariado comunitario.

 

Comunidades y participación

El riesgo de elitismo está presente: el arte contemporáneo suele ser percibido como inaccesible. Sin embargo, ferias innovadoras abren grietas: programas educativos, charlas abiertas y recorridos gratuitos integran a comunidades locales. Frieze Londres nació en un parque y EXPO Chicago expande el arte a pantallas urbanas. En Yogyakarta, ARTJOG combina exhibiciones con laboratorios inclusivos donde participan artistas con discapacidades y colectivos rurales.

En Buenos Aires, experiencias como la Noche de los Museos demostraron que abrir las puertas de la cultura multiplica públicos: más de un millón de personas en un solo día recorriendo espacios culturales. Ese mismo principio aplicado a ferias genera legitimidad social y construye sentido de pertenencia.

 

Lo local frente a lo global

Las ferias son, además, pasaportes internacionales. ARCO en Madrid o 1–54 en Marrakech posicionaron escenas locales en el mapa global, atrayendo curadores, coleccionistas y prensa especializada. Para artistas argentinos, ArteBA es muchas veces la primera vidriera hacia ese circuito internacional. En términos antropológicos, las ferias funcionan como “contact zones”: espacios donde se cruzan lenguajes, tradiciones y economías en disputa.

La contracara es la tensión permanente entre la necesidad de ampliar públicos y la tentación de mantener exclusividad. Esa tensión —cultura versus mercado, apertura versus sofisticación— es parte de la identidad misma de estas ferias.

Las ferias de arte son más que un calendario cultural: son dispositivos que reconfiguran ciudades, generan empleo, crean circuitos económicos y producen identidad. El caso japonés muestra cómo pueden incluso revertir procesos demográficos de despoblación, mientras que en Buenos Aires el desafío es sostener su rol en un contexto de crisis económica y desigualdad.

La clave no es solo medir ventas de obras, sino entender que cada feria es también una apuesta por redefinir el lugar del arte en la vida cotidiana. Porque cuando una ciudad abre sus espacios al arte, no solo gana prestigio: gana la posibilidad de pensarse a sí misma desde otro espejo.

 

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