El plan de Macri para absorber el gobierno libertario

Después de dos años de humillaciones públicas y ninguneo político, Mauricio Macri volvió al centro de la escena: Javier Milei lo necesita para sobrevivir. Washington pidió “gobernabilidad”. Ahora, el Calabrés exige todo: ministerios, licitaciones y control de las cajas.

Política05/10/2025
NOTA

La venganza del calabrés es la rendición pactada

 

Olivos fue una escena de película: Milei, sin ministros que le respondan y con las encuestas en caída libre, recibió a Mauricio Macri. Lo que debía ser una reunión de cortesía se pareció más a una rendición. 

 

El Presidente pidió lo que Washington exige: gobernabilidad. Mauricio Macri, se autopercibió como el Interventor del Gobierno ante EEUU. Macri lo escuchó, midió los silencios y dejó caer la frase con el tono de quien vuelve del exilio: “Las condiciones las pongo yo.”

 

Durante casi dos años, Milei se jactó de haberlo “domado”. En cada entrevista lo señalaba como el símbolo del “viejo régimen”, el político vencido por el libertarismo antisistema. Hoy, la historia se invierte: el líder libertario implora ayuda a quien despreciaba.

 

Macri, paciente pero caliente como un Calabrés con memoria, entendió que la debilidad ajena vale más que la victoria. Su objetivo ya no es cogobernar: es absorber.

 

La traducción política es brutal: Macri quiere todo. Cargos en el gabinete, control de las licitaciones estratégicas (la hidrovía, las concesiones energéticas, la caja del transporte), y una alianza formal que, en los hechos, equivalga a un traspaso del poder real. Un Anschluss criollo: el PRO anexando al mileísmo con la excusa de la estabilidad institucional.

 

Santiago Caputo, que olfatea el desastre, ya empezó a tender puentes. Habla con el macrismo duro, ofrece lugares y promete moderación. Intenta salvar su supervivencia, aunque eso implique entregar el ADN original de La Libertad Avanza. Pero no todos en el oficialismo lo acompañan: Menem y Pareja ven la maniobra como una claudicación anticipada. 

 

En el fondo, todos saben lo mismo: sin el PRO, no hay Congreso, no hay blindaje, no hay gobierno.

 

Mientras tanto, Washington observa con su pragmatismo habitual. Los técnicos del Tesoro norteamericano ya dejaron claro que los desembolsos y swaps financieros dependen de la estabilidad política. Traducido: sin una coalición funcional con Macri, no hay dólares.

 

El Calabrés huele sangre

Macri disfruta cada paso del regreso. En su entorno lo llaman “la venganza perfecta”. Milei lo había humillado en redes, lo había tratado de jubilado político y había hecho de su desprecio un sello de época. Pero los mismos libertarios que festejaban esas “domadas” hoy se arrodillan para pedirle oxígeno.

 

El expresidente lo sabe y juega con el reloj. No tiene apuro. Espera el 26 de octubre como quien mide la temperatura de un cuerpo enfermo: si el gobierno colapsa, se aleja; si sobrevive, entra como garante.

 

No quiere subirse a un barco hundido, pero tampoco dejar pasar la oportunidad de capitanearlo si flota a medias. En la jerga política, eso se llama ventana de captura. Macri no quiere ruinas, quiere control.

 

El PRO, que alguna vez soñó con ser liberal de centro, hoy funciona como una franquicia personal. Bullrich retuvo a su tropa, Santilli y Montenegro hacen equilibrio, y los amarillos duros ya operan como interventores de hecho. Cada reunión es una negociación de supervivencia.

 

Macri pone condiciones y límites. Sabe que un Milei derrotado en las legislativas sería ingobernable, pero un Milei apenas herido es el escenario ideal: un presidente vulnerable, dependiente y agradecido. El Calabrés lo quiere justo así: necesitado.

 

En paralelo, la rosca parlamentaria ya se recalienta. El PRO frenó la idea de blindar los vetos de Milei y avisó que sin reformas pactadas, no habrá Presupuesto. Los gobernadores, cansados del maltrato, rompieron la tregua. El Congreso huele sangre y el poder ya no teme al rugido libertario.

 

Gobernar o ser gobernado

 

La política argentina tiene memoria corta pero rencor largo. Macri lo aprendió de los suyos: la humillación se cobra con intereses. En Olivos, Milei creyó que estaba firmando un acuerdo de gobernabilidad. En realidad, estaba rubricando su futura intervención.

 

El expresidente juega en varios tableros. En Washington ofrece previsibilidad. En Buenos Aires, orden. En el Congreso, poder de veto. 

 

Y en los medios, el relato: que el PRO vuelve a ser el garante de la institucionalidad perdida.

 

Del otro lado, Milei sobrevive en un gobierno que ya no le responde. Karina y Caputo se disputan la voz del jefe, Francos apaga incendios que no provocó y el gabinete parece más un mosaico que un equipo.

 

Macri lo sabe y sonríe. El Anschluss ya empezó, aunque nadie lo admita. En los hechos, el PRO avanza sobre la estructura libertaria, infiltra asesores, negocia nombramientos y se prepara para diciembre como si el cambio de mando fuera una formalidad.

Milei, mientras tanto, intenta convencerse de que ceder no es rendirse. Que aceptar a Macri es una jugada táctica, no una derrota. Pero cada paso lo hunde más en la trama de dependencia que prometió destruir.

 

La escena final todavía no está escrita, pero el libreto se intuye. Si el 26 de octubre La Libertad Avanza se derrumba, Macri esperará desde Recoleta con gesto sereno. Si el resultado es digno, se subirá al ring a poner orden, con la venia de Washington y el aplauso del establishment.

 

De cualquier modo, el futuro ya no pertenece al libertarismo original. La utopía del outsider autárquico se disuelve entre cajas, licitaciones y roscas de madrugada. Macri no volvió: esperó su turno. 

 

Y como todo Calabrés, no perdona ni olvida. En la historia argentina, las segundas partes siempre llegan disfrazadas de auxilio. Y esta vez, el rescate viene con factura en dólares y cláusula de entrega total.

 

El precio del salvataje

 

Aunque el relato oficial asegura que la ayuda de Washington llegó “sin condiciones”, Milei volvió de Nueva York con dos carpetas bajo el brazo: una económica y otra política. En la primera, el compromiso de los norteamericanos de sostenerlo hasta 2026, a cambio de previsibilidad fiscal. En la segunda, un mensaje más áspero: “Gobernabilidad o default político.”

 

En los despachos del Tesoro norteamericano no quieren más épica libertaria: quieren mayorías. Piden acuerdos reales en el Congreso para garantizar que las reformas —tributaria, laboral y previsional— no se caigan en la próxima tormenta. El pedido no es ideológico, es contable: Milei debe demostrar que puede gobernar, no solo gritar.

 

El otro mandato apunta a la geopolítica: romper el doble juego con China. Washington quiere que el swap con el Banco Popular chino empiece a desactivarse. No es un capricho: es la línea roja de Trump para asegurar que Buenos Aires vuelva al eje atlántico.

 

Luis “Toto” Caputo hace equilibrio. Niega condicionamientos mientras admite que el Tesoro le pidió “trabajar en la gobernabilidad”. Traducido: negociar o perder respaldo. La Casa Blanca no compró el verso antisistema; compró la necesidad de control.

 

La ironía es cruel: el gobierno que prometió dinamitar la casta hoy depende de la bendición del establishment global. Y en el nuevo mapa del poder, el precio del auxilio no se paga con dólares, sino con obediencia.

 

 

Macri no negocia cogobierno: exige anexión. En su manual, el que implora ayuda ya perdió la autoridad.

 

 

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