Se cayó la nube: el colapso de Amazon sacudió al mundo

Una falla en los servidores de Amazon Web Services paralizó durante horas a miles de servicios en todo el planeta, desde Mercado Pago y Ualá hasta ChatGPT y Canva. El incidente reveló una verdad incómoda: buena parte de la economía mundial depende de unos pocos centros de datos.

Actualidad21/10/2025
NOTA 2

Apagón global expone la fragilidad digital

 

Cuando Amazon tose, el mundo estornuda. La caída masiva de Amazon Web Services (AWS) dejó en claro que la globalización digital no tiene plan B. El lunes, durante casi doce horas, se interrumpieron servicios que van desde billeteras virtuales y plataformas de pago hasta chatbots de inteligencia artificial y videojuegos. En Argentina, Mercado Pago, Ualá, Personal Pay, Galicia, Naranja X y SUBE digital colapsaron en cadena. Las quejas se multiplicaron como si la nube —ese espacio etéreo que parecía infinito— hubiera caído de golpe al suelo.

El apagón nació lejos, en Virginia del Norte, la región más crítica de AWS. Allí se concentra buena parte de la infraestructura que sostiene a buena parte de internet. Un error en los equilibradores de carga de red —los dispositivos que reparten el tráfico entre servidores— provocó un efecto dominó que dejó sin aire a medio planeta. En el ecosistema digital, eso es casi un atentado: una sola falla técnica puede paralizar miles de servicios a la vez.

Cuando el problema fue “mitigado”, como dijo el comunicado oficial, el daño ya estaba hecho: la realidad se impuso sobre la narrativa del control total. Las corporaciones pueden vendernos inteligencia artificial, pero si se corta la luz en un rack de servidores, ni el algoritmo más brillante responde.

La paradoja del siglo XXI

AWS no es un servidor: es el sistema nervioso de la economía digital. Hospeda a Netflix, Microsoft 365, YouTube, Disney+, Fortnite, Canva y ChatGPT, entre otros. Su promesa es simple: alquilar poder de cómputo, almacenamiento y servicios de inteligencia artificial sin tener que tener infraestructura propia.

Pero esa promesa tiene un costo oculto: la concentración. Cuando un puñado de centros de datos sostiene el 60% de la red global, la resiliencia deja de ser tecnológica y se vuelve geopolítica.

En Argentina, el impacto fue inmediato. Los pagos se frenaron, las aplicaciones no cargaban, y hasta el chatbot más popular del planeta quedó en silencio. Las empresas que usan la nube para operar —desde bancos hasta hospitales— tuvieron que esperar horas hasta que el sistema se estabilizara.

AWS informó que el fallo se originó en su red interna Elastic Compute Cloud (EC2), el corazón que permite crear aplicaciones en la nube. En lenguaje realpolitik: falló el motor de la automatización global.

Lo irónico —o trágico— es que detrás de la sofisticación del cloud computing hay una cadena de dependencia tan vieja como el industrialismo: las computadoras necesitan electricidad, y esa electricidad todavía se produce con carbón de coque, gas o petróleo. El futuro digital está sostenido por la energía del siglo XIX.

Mientras Silicon Valley promete desmaterialización, el planeta sigue quemando recursos físicos para alimentar esa ilusión. La inteligencia artificial depende de turbinas, transformadores y minas de litio, no de la inspiración divina de un chip. Lo que cayó el lunes no fue solo AWS: fue el mito de la nube infinita.

El episodio también dejó un mensaje que trasciende la tecnología: la automatización no elimina la vulnerabilidad humana, la amplifica. Cuando un cajero no funciona, siempre queda el efectivo. Pero cuando un país entero se vuelve dependiente de servidores ubicados a miles de kilómetros, la soberanía digital se convierte en una ficción.

Argentina no tiene capacidad propia para sostener servicios de esa magnitud, ni Amazon tiene incentivos para distribuir riesgos más allá de su lógica de rentabilidad. Así, el apagón de AWS fue, en miniatura, una crisis global de dependencia tecnológica.

 

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