Por qué los bancos no le creen a Milei

Aunque el Gobierno libertario los benefició como nunca, los grandes bancos desconfían del plan económico. El problema no es ideológico: es político. En el mundo real del dinero que engendra dinero, lo que no tiene sustento de poder, no vale. Ni siquiera con superávit.

Política04/08/2025
RECUADRO

Por Martín Villalba (Economista UBA – FLACSO)

 

El plan Caputo bajo sospecha

 

 

Luis Caputo puede tener todas las planillas en orden, las tasas ajustadas al alza y la hoja de balance limpia, pero hay algo que no puede maquillar ni con diez powerpoints: los bancos no le creen. No porque sean enemigos ideológicos de Milei ni porque añoren el déficit. Simplemente, porque su olfato está entrenado para detectar riesgo. Y el riesgo que perciben no es económico: es político. Lo que se mueve en las mesas financieras no son convicciones, sino probabilidades. Y hoy, la chance de que el Gobierno pueda sostener su propio plan a lo largo del tiempo es, cuanto menos, incierta.

 

La reciente disparada del dólar, que rozó los $1.400 y activó llamadas urgentes del BCRA a los bancos, es apenas la superficie. Detrás hay un fondo mucho más incómodo: la política monetaria libertaria se volvió un Frankenstein de señales cruzadas. 

 

Por un lado, se exige disciplina al sistema financiero, pero al mismo tiempo se abren ventanillas con tasas altísimas que invitan al juego especulativo de corto plazo. Se habla de confianza, pero se gestiona con giros abruptos y opacidad de objetivos. Se promete mercado libre, pero se interfiere con compras del Tesoro que distorsionan la plaza cambiaria. No hay consistencia ni conducción visible.

 

Y no es casual que hasta Domingo Cavallo haya levantado la ceja. El padre de la convertibilidad, que sabe lo que es caminar al filo del precipicio monetario, advirtió que la falta de reglas claras, la discrecionalidad en los instrumentos y la expectativa de una devaluación futura están horadando la poca estabilidad lograda. 

 

La gestión monetaria está atrapada entre el dogma ultraliberal y la necesidad de controlar las variables con herramientas que contradicen su propio credo. Resultado: desconfianza creciente.

 

Del plan económico a la política sin plan

 

Si hay algo que el sistema financiero no tolera es el vacío. No el fiscal, sino el político. Porque cuando los bancos operan, no compran solo bonos: compran futuro. Y hoy, el futuro que proyectan sobre la Argentina de Milei está lleno de incógnitas. ¿Tiene con qué sostener el crawling peg? ¿Puede contener el gasto cuando la recesión se extienda? ¿Va a vetar todo lo que apruebe el Congreso? ¿Cuánto más se puede ajustar antes de que algo explote?

 

El corazón del problema no está en la macroeconomía, sino en la microfísica del poder. La ausencia de acuerdos, la lógica del enemigo permanente, la guerra con gobernadores, empresarios, senadores y hasta con sus propios aliados deja al Gobierno cada vez más solo. Y un plan económico, por más brillante que sea, no se sostiene en el aire.

 

Mientras tanto, los bancos hacen lo que saben hacer: cubrirse. Ya no hay LELICs, pero hay LEFIs. No hay cepo pleno, pero tampoco libertad plena. Se desarma un instrumento y se arma otro. Se promete disciplina y se improvisa en el streaming. En ese mar de contradicciones, el refugio es obvio: el dólar.

Y no se trata de golpismo. No hay conspiración. 

 

Lo que hay es una lectura cruda del riesgo país, con patas y con nombre: Javier Milei. Porque si el Presidente insulta al Congreso, desarma alianzas y se pelea con el empresariado que lo financió, el mensaje al mercado no es épica antisistema: es orfandad estratégica.

 

El Gobierno puede seguir culpando a los bancos, a los medios, a los “kukas” y al círculo rojo. Pero el problema no está afuera: el problema es que Milei, con toda su verborragia antisistema, se quedó sin red. El capital no ama, no odia. Solo apuesta donde ve reglas, poder y estabilidad. Y si el Presidente cree que puede domar al sistema financiero con slogans de TikTok, lo único que va a lograr es acelerar la próxima corrida.

 

Porque en el mundo real, donde la usura no es una mala palabra sino un negocio millonario, no se negocia con profetas descalzos. Y mucho menos, con gobiernos que creen que el superávit alcanza para comprar obediencia. El mundo de la usura, bueno las finanzas es así, no hay corazón, hay billetera. 

 

 

 

Si hasta el Cavallo desconfía… (Y no es un santo)

 

Domingo Cavallo no es un kirchnerista encubierto ni un crítico habitual del liberalismo. Al contrario: fue el arquitecto de la convertibilidad, defensor del mercado como orden natural y protagonista central de los años en los que el ajuste era virtud y el dólar era ancla. 

 

Por eso, que Cavallo cuestione el rumbo económico del gobierno de Milei no es un dato menor, ni puede leerse como una chicana más en medio de la batalla de relatos. Es, sencillamente, un signo de alarma dentro del propio universo ideológico que Milei pretende liderar.

 

Cavallo detecta lo que muchos economistas en privado también murmuran: el plan libertario está lleno de señales contradictorias. Se anuncian reglas claras, pero se gobierna con discrecionalidad. Se elimina un instrumento como las LELICs, pero se crean otros con nombres nuevos que reproducen la lógica del viejo Banco Central que se prometía cerrar. Se grita contra la emisión, pero se financian operaciones con pesos frescos. Todo eso, bajo un clima de tensión institucional creciente, con un Presidente que acumula vetos, enemigos y un discurso que profundiza el aislamiento.

 

Lo que preocupa a Cavallo no es sólo técnico. Es político. Sin credibilidad, sin consistencia y sin una arquitectura institucional sólida, no hay plan económico que funcione. Y eso lo sabe mejor que nadie quien intentó domar a la inflación desde el control absoluto del tipo de cambio y terminó sepultado por la falta de aire político.

 

El problema no es el ajuste. El problema es el abismo que se abre cuando ni siquiera los ortodoxos creen que el piloto tenga cómo aterrizar. Y Cavallo lo sabe, su plan durante el menemismo tuvo éxito, porque “El Turco” tenía una conducción política que le permitía juego, sumaba siempre, no se inventaba enemigos. Y pelearse con los bancos no es muy saludable. 

 

La desconfianza bancaria no es ideológica: es política. Los dueños del dinero no dudan del plan económico, dudan de quién lo ejecuta y de su capacidad de sostenerlo sin aliados.

 

 

 

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