El suicidio ya es la principal causa de muerte en adolescentes

En 2023, por primera vez en el país, el suicidio superó a enfermedades y accidentes como causa de muerte entre mujeres de 10 a 19 años. Los datos muestran un aumento sostenido también en varones jóvenes y abren un debate urgente

Actualidad22/09/2025
NOTA 1

Síntoma de vínculos rotos

 

La adolescencia suele imaginarse como el tiempo de los amigos, el futuro abierto y los proyectos. Sin embargo, las cifras más recientes revelan una realidad dolorosa: en Argentina, el suicidio se convirtió en 2023 en la primera causa de muerte entre adolescentes mujeres de 10 a 19 años. Se registraron 148 casos, por encima de tumores (119) y accidentes (103). En los varones, la tendencia también es alarmante: 238 suicidios en menores de 19 años y más de mil en el grupo de 20 a 29 años, el registro más alto desde 2017.

El informe del Observatorio del Desarrollo Humano y la Vulnerabilidad de la Universidad Austral no solo aporta estadísticas: plantea que estamos frente a un fenómeno multicausal, donde factores biológicos, psicológicos y sociales se entrelazan en un contexto cultural que exacerba la vulnerabilidad juvenil. Y ahí aparece la pregunta central: ¿qué pasa cuando los lazos de contención –familia, escuela, comunidad– se debilitan en una sociedad que impone velocidad, competencia y aislamiento?

 

Una generación atravesada por la fragilidad social

Los investigadores coinciden en que la salud mental juvenil no puede analizarse aislada. La pobreza golpea a cuatro de cada diez adolescentes; la precarización laboral amenaza a sus familias; la inflación erosiona consumos culturales que antes funcionaban como espacios de socialización. Esa macroeconomía se traduce en microhistorias: pibes y pibas que estudian y trabajan sin descanso, hogares atravesados por conflictos, escuelas sin recursos para acompañar.

Las redes sociales suman un capítulo propio. La comparación constante, el acoso online y los mandatos de perfección corporal afectan de forma desproporcionada a las adolescentes. El 20% reporta preocupación excesiva por su imagen y entre el 6 y el 8% presenta conductas alimentarias de riesgo. Esa presión digital convive con un déficit de escucha en el hogar: según UNICEF, las chicas reportan más conflictos familiares y mayor dificultad para hablar de su salud mental.

El fenómeno no distingue fronteras. En países como Chile o Uruguay también se observa un alza sostenida de los suicidios juveniles en la última década. Pero en Argentina el salto reciente es especialmente brusco y marca un punto de inflexión epidemiológico. La diferencia de género es clave: ellas muestran mayor carga emocional y autoculpabilización; ellos, una tendencia a negar sus problemas hasta llegar a crisis agudas. Dos caminos distintos hacia el mismo desenlace.

La antropología aporta otra pista: la adolescencia, antes asociada a la pertenencia grupal, hoy se vive en un clima de hiperindividualismo. Se multiplican los vínculos virtuales, pero no siempre reemplazan la densidad de los lazos comunitarios. Sin redes que sostengan, la vulnerabilidad emocional se vuelve insoportable. El dato de que promover habilidades socioemocionales en escuela y familia puede reducir hasta un 40% los intentos de suicidio demuestra que los entornos importan tanto como la biología.

La lectura cultural es inevitable: una sociedad que glorifica la autosuficiencia y la competencia deja poco margen para el cuidado. Y cuando el cuidado se ausenta, la vida adolescente se transforma en un campo minado. El suicidio juvenil no es solo un problema de salud mental, es el síntoma extremo de vínculos rotos en un país que necesita recuperar comunidad.

El desafío es mayúsculo. No alcanza con más psicólogos en las escuelas o líneas de atención telefónica –aunque son medidas necesarias– si no se reconstruyen las tramas sociales que sostienen a los jóvenes. La pregunta es si una sociedad acostumbrada a sobrevivir al día puede, al mismo tiempo, ofrecer un horizonte de sentido y pertenencia. Porque sin eso, los datos duros seguirán creciendo y la adolescencia dejará de ser la promesa del futuro para convertirse en una etapa marcada por la fragilidad y la pérdida.

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